El sueño de Ellis, de James Gray

El sueño de Ellis, de James Gray

Tragedia americana rolando a la isla de Ellis, puerta de entrada de la América real cuanto menos viva, que ya es decir mucho. Ewa, Marion Cotillard, llega a las puertas de su nueva vida y se topa con la cara más vívida de la realidad del inmigrante, del inmigrante económico que llega a cualquier país del mundo.

Sin dinero, con una hermana, Magda, Angela Sarafyan, recluida tuberculosa, y por tanto demandante de, mucho, dinero, Ewa tiene que prostituirse para colmatar la deuda. Ominosa deuda contraída en otra vida anterior, de la que se nos sustraen los estertores pero no las culpas.

Joaquin Phoenix, Bruno Weiss, judío buscavidas y proxeneta de proximidad le ofrece, como un agujero negro del que deberá a toda costa escapar, la redención en negativo. ¿Puede la maldad objetiva devenir en bondad subjetiva? Problema crucial que tardaremos toda la película en resolver pero del que se nos van dando pistas a lo largo de la trama.

El cuarto en discordia es un Jeremy Renner que interpreta a Orlando el Mago, prestidigitador de brumas morales y acicate para la pareja protagonista. Ewa y Bruno o Bruno y Ewa, tanto monta, monta tanto que llevan con sensatez y aleve discurso el peso de la función.

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Joaquin Phoenix y Marion Cotillard en «El sueño de Ellis», de James Gray

En realidad se podría hablar casi de “tragedia de situación”, pues los personajes no evolucionan a lo largo de la película. Se ven majestuosamente presentes desde el principio y hasta su desaparición por el foso del escenario virtual. Sí, la jugada está hecha casi desde el principio de la representación y sólo cabe arrellanarse en la butaca de cada uno espectador para disfrutar de la belleza y estilo un poco frontales, sin perspectiva, a lo egipcio, del drama que nos sirven.

La degradación de personajes y situaciones no deja de ser un poco naïf, pues nunca llegamos al fondo de la cuestión, de las cuestiones. El espectáculo comercial, para un gran público actual, no permite desazones mayores, según parece. El fresco históricamente representado, años veinte del siglo pasado, se construye deliciosamente con la fotografía ad hoc de Darius Khondji.

Este melodrama romántico, si bien no nos aporta gran cosa a nuestro bagaje de experiencias vitales contrastadas y fundamentadas, vía persona interpuesta, como en todo espectáculo, nos deja un buen sabor de boca como tras la degustación de un buen vino por parte de un bebedor que no se dedica profesionalmente a la cata.

Quiero decir que no conseguirá seguramente conmovernos en exceso ni hacernos replantear demasiadas cosas pero sí que nos ha hecho pasar un buen momento, un buen par de horas, que ya es decir.

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Marion Cotillard y Joaquin Phoenix en «El sueño de Ellis», de James Gray

Un cierto aroma de éxtasis, se podría decir rizando un poco el rizo. Sí, como muchas películas actuales nos deja la impresión de que se busca más masajear el rostro del espectador, podríamos decir, que enervar sus nervios, sus tendones o su musculatura. Ya no digamos ahondar y perforar el esqueleto. Por suerte, eso nos evita el riesgo de trepanación.

No perforará nuestros sueños ni nuestro inconsciente, pero nos atonta agradablemente durante su visionado. Ese estado un poco groggy en que nos deja al expirar el plano final, es la mejor recompensa que podemos otorgar a la calidad de El sueño de Ellis. Calidad de sueño, pero sin amagos soñolientos.

El director del film, James Gray reincide con una atmósfera neoyorquina soñada como en Little Odessa (Cuestión de sangre), su primera película profesional laureada con el León de Plata en Venecia.

El sueño de Ellis (The Immigrant) (2013) de James Gray, se estrenó en España el 27 de junio de 2014.

 

Autor

Soy José Zurriaga. Nací y pasé mi infancia en Bilbao, el bachillerato y la Universidad en Barcelona y he pasado la mayor parte de mi vida laboral en Madrid. Esta triangulación de las Españas seguramente me define. Durante mucho tiempo me consideré ciudadano barcelonés, ahora cada vez me voy haciendo más madrileño aunque con resabios coquetos de aroma catalán. Siempre he trabajado a sueldo del Estado y por ello me considero incurso en las contradicciones que transitan entre lo público y lo privado. Esta sensación no deja de acompañarme en mi vida estrictamente privada, personal, siendo adepto a una curiosa forma de transparencia mental, en mis ensoñaciones más vívidas. Me han publicado poco y mal, lo que no deja de ofrecerme algún consuelo al pensar que he sufrido algo menos de lo que quizá me correspondiese, en una vida ideal, de las sempiternas soberbia y orgullo. Resido muy gustosamente en este continente-isla virtual que es Tarántula, que me acoge y me transporta de aquí para allá, en Internet.

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