Habías decidido cuidar la tierra tras quedarte sola, pero el calor del verano empezaba a resultar insoportable. Ante las continuas restricciones de agua, quizá ese año se perdieran las uvas que habían hecho famosa a tu familia en la región.
Antes de morir, tu padre te habló de un pozo oculto en alguna parte de la finca. Tú lo buscabas sin éxito cada día. Una noche conociste a Justo Sotelo a través de las redes sociales. Al poco tiempo compraste su ensayo sobre Murakami en tu librería favorita de la ciudad, pero antes de leerlo quisiste conocer la obra del escritor japonés. Todavía recuerdas aquella mañana en que te sentaste debajo de un olivo a leer «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo». Estuviste leyendo varias horas, hasta que alguien empezó a hablarte. Aunque estabas sola, no sentiste miedo, ni siquiera cuando comprendiste que la voz venía de debajo de la tierra. Hablaba de atravesar paredes, conciencias, de buscar la belleza a través del amor. Retiraste unas lajas de piedra y diste con el pozo que tu padre no pudo encontrar. El agua llegaba hasta el borde, pero no había nadie en su interior.
Al mirar hacia atrás viste a Sotelo hablando con Murakami a la sombra del olivo.
(Para Yolanda G. L., que, además de leer mi obra, me ha regalado de su bodega de Salamanca una valiosa botella de vino de cincuenta años de antigüedad).
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Desde el comienzo, una imagen de Murakami y una forma de expresión, una cita donde se condensa la felicidad que le produce al japonés el proceso de lectura. Un paratexto que incita a relacionar y a recordar lo que expresa Sotelo en su tesis doctoral sobre La semántica ficcional de los mundos posibles en la novela de Haruki Murakami, «Los personajes de Murakami viven su época y sufren las frustraciones y alegrías típicas del hombre corriente. Se esconden en pozos y cabañas abandonadas y acaban atravesando las paredes y las cabezas de las personas mientras les salen manchas en el rostro» (p.79); “los pozos donde bajan sus personajes o en las autopistas y los trenes por donde se desplazan de un lugar a otro. Lo que queda de cada uno se diluye lentamente para transformarse en otra cosa, porque el “yo” se funde con otros seres” (p.229)
Los pozos para Murakami son los lugares donde bajan sus personajes, los sitios a los que viajan y se desplazan; los elementos que se repiten en todas y en cada una de sus novelas, búsquedas y viajes, formando así parte del código axiológico en el cual, los seres que habitan por sus escenarios adquieren ciertos valores y llegan a las profundidades de sí mismos. Los pozos discurren por la mente de Sotelo como mundos paralelos perdidos; así al lector de las novelas de Murakami se le sitúa frente a textos con multitud de enigmas, viajes iniciáticos, desdoblamientos de personalidad y pasadizos interiores al estilo de Cortázar donde se traspasan a través de receptáculos incomunicantes.
El narratario que utiliza Sotelo en el cuento utiliza signos formales tales como la segunda persona del singular del “tú” al querido lector como diría Antonio Garrido Domínguez y analiza ciertos comportamientos del personaje como por ejemplo, la soledad o el no sentir miedo al escuchar la voz bajo tierra.
En el cuento aparecen símbolos, imágenes y metáforas que utiliza Murakami en el mundo interior de sus novelas donde destaca por un lado, el tema de la muerte y por otro los símbolos de la vida, el agua y la tierra vertidos en los sueños y la belleza de la propia existencia y de esa forma, se traspasan las barreras y las paredes del olvido. Los pájaros son tema clave e importante en los mundos posibles de Murakami convirtiéndose en agentes ficcionales de muchas de sus tramas y creyendo que la figura del propio pájaro es la forma que adquiere el alma después de la muerte. Un mundo de relaciones complejo que Justo narra en su relato haciendo un mapa paralelo mediante expresiones que caracterizan, la intriga y el misterio.
Es interesante ver el camino que recorre Justo Sotelo a través de su lenguaje en la trama para conseguir mantener en alerta al lector implícito para conseguir que reconstruya el texto a partir de sus imágenes en una primera lectura. De esa forma a través de los canales semióticos del texto pasa de lo real a lo ficcional igual que lo hace Murakami y él mismo, como autor, se introduce en su propio texto a través de los ascensores horizontales para crear personajes de ficción semejantes a sí mismo (autor) y al de su propio objeto de estudio, Haruki Murakami.
El arte puede sin duda conducir a la belleza tal y como expresa el autor en su relato, belleza afincada a la tierra y al agua, a la vid y el olivo, a la botella de vino que le ha regalado su amiga Yolanda a la que le dedica su relato salvando las fronteras de lo ficcional y haciéndolo verosímil.
Te felicito amigo mío Justo Sotelo por un este bello relato donde la magia y la realidad se funden, se solapan, se proyectan hacia la superficie del ser humano.
Vuelves a expresar el sentido del cuento con gran agudeza, Almudena. Siempre lo repito: tu ensayo sobre mi obra va a ser excelente. Y, mientras lo terminas, viajes a través de los pozos del consciente y el inconsciente colectivo, que diría Jung. Un abrazo.