El oro del Rin y Walter Benjamin

El oro del Rin y Walter Benjamin

La semana pasada escribí un artículo sobre lo que la Tetralogía de Wagner suponía para mí. Transcurridos unos días me apetece transmitir, también, las sensaciones que me produce cada una de las obras por separado, buscando además un paralelismo con el mundo que nos ha tocado vivir, tanto económico como político y social.

La primera de las óperas es «El oro del Rin», verdadero motor para el resto de la obra, aunque la semilla estaba puesta dentro de la cabeza de Wagner en la muerte del héroe, Sigfrido, que era sobre lo que realmente quería hablar.

En la primera obra todavía coexisten los dioses y los demonios, los que viven en el cielo y los que lo hacen en el infierno (el subsuelo). Tanto unos como otros explotan a sus esclavos. Los dioses hacen lo que quieren con el mundo, sobre todo el más fuerte, Wotan, con su bastón donde está grabado el destino (los otros dioses son Fricka, su mujer, Freia, su cuñada, y Loge, Donner y Froh). Los señores de los nibelungos (Alberich y Mime) también se aprovechan de su pueblo, obligándoles a que excaven en la tierra para encontrar tesoros.

La frase musical que usa Wagner para hablar del amor es una de las más hermosas de toda la Tetralogía, pero desgraciadamente queda sepultada por la ambición que domina a los personajes que mueven la acción. Es posible que el nibelungo llevara buenas intenciones en su intento de enamorar a las hijas del Rin, pero, en cuanto se vio rechazado, se convirtió en un miserable que solo buscaba la venganza. Algo parecido puede decirse del dios Wotan, que desea retirarse con su mujer y sus amigos al castillo que domina el mundo, pero acaba castigando a todos los que cree sus enemigos.

¿No recuerda todo esto al capitalismo salvaje que hemos conocido en los últimos treinta y tantos años en el mundo? Con la crisis económica de 1973, prolongada con la de 2007, las mentes más liberales y conservadoras decidieron que la época de Keynes había pasado a mejor vida. Las recetas del economista del grupo de Bloomsbury -encabezado por Virginia Woolf, lo que origina una gozosa unión entre escritores y economistas- ya no servían para solucionar los problemas. Era preciso olvidarse del lado de la demanda de la economía, de los aumentos salariales, de las obras públicas, etcétera, y fijarse en la oferta, los aspectos microeconómcios, la competitividad, la libertad de los mercados.

 Walter Benjamin ya apuntó en uno de sus textos póstumos que el capitalismo era la religión de su tiempo. Ese sistema no suponía únicamente la secularización de la fe protestante (presente, por ejemplo, en Daniel Defoe y otros escritores del precapitalismo), sino que representaba un fenómeno religioso, desarrollado de manera parasitaria desde el cristianismo.

 Las principales características de las que hablaba Benjamin en referencia a esa «religión de la modernidad» serían las siguientes:

1). Es una religión cultural, pues todo en ella alude a la observación del culto, no a un dogma o idea.

2). Su culto permanente no distingue entre días festivos y días laborables; en realidad solo existe un día festivo, donde el trabajo coincide con la celebración del culto.

3). El culto capitalista no se orienta a la redención o la expiación de una culpa, sino a la culpa misma.

 El texto de Benjamin se escribió en los años veinte del siglo pasado, y hoy se sabe que esa manera de entender la economía es hegemónica desde la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, los centros de poder de este sistema capitalista operan en paraísos fiscales o son invisibles. Los dueños de las poderosas empresas capitalistas no son personas físicas, con un carné de identidad identificable, sino socios «ocultos».

Aparentemente, nada perturba el poder de los dioses y de los nibelungos, salvo su propia codicia, como también se verá en las siguientes óperas de Wagner.

Benjamin

Autor

Novelista y catedrático de Política Económica, es profesor en los prestigiosos ICADE (Universidad Pontificia de Comillas) y CUNEF (Universidad Complutense de Madrid). Licenciado y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y máster en Estudios Literarios y en Literatura Española. Ha escrito varios libros de economía y decenas de artículos, así como cinco novelas (La muerte lenta”, 1995, “Vivir es ver pasar”, 1997, “La paz de febrero”, 2006, “Entrevías mon amour”, 2009 y “Las mentiras inexactas”, 2012), sendos ensayos sobre los escritores Manuel Rico, 2012, y Haruki Murakami, 2013, y un libro de microrrelatos, los "Cuentos de los viernes", 2015. En la actualidad está escribiendo un segundo libro de microrrelatos: "Cuentos de los otros" y una nueva novela.

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