Por NACHO CABANA
“Esto del monólogo es una putada” exclama el personaje que protagoniza este “minuto del payaso” estrenado hace un año en la sala Kubik Fabrik de Madrid y que esta semana ha llegado al Lliure de Gràcia previo paso por el Teatro Español de la capital. Y tiene razón el autor. Un monólogo puede ser una “putada” para un dramaturgo porque tiene que incluir dentro de una sola voz muchas voces, porque se tiene que buscar la vida para que el personaje único no sepa en ningún momento que está hablando solo ya que entonces se revelaría lo artificioso del planteamiento.
Pero para un actor, aunque diga lo contrario, un monólogo es una bendición, una ocasión única de lucirse sin tener que repartir juego con nadie más. Una ocasión para pasar del grito al susurro; de la lágrima a la risa; de la quietud a la prisa.
Fernando Soto opta en este texto por un brillante planteamiento destinado a otorgar coherencia y unidad al conjunto. Un payaso espera pacientemente entre bambalinas que le llegue su turno para actuar. Será un minuto nada más porque su labor es entretener al respetable; hacer que no se enfríe, entre número circense y número circense. El paso del tiempo es marcado por el audio del jefe de pista que va dando paso a las diferentes actuaciones y que permiten al payaso ir midiendo la longitud de su espera (y al actor de su monólogo).
El texto funciona mucho mejor cuando se acerca a la intimidad (que no es siempre dramática) de la vida en el circo que cuando se traslada a terrenos más propios del “stand up comedy”. Al adentrarse sus responsables en territorios distintos a la locura esquizofrénica del actor, el show comienza a reclamar un recinto en donde los espectadores puedan tomarse una copa mientras lo ven. Todas las anécdotas sobre la infancia del personaje principal, las historias que le contó “El chino de Burgos” son divertidas, tiernas y coherentes con el planteamiento; el largo interludio protagonizado por el plátano, el kiwie, la botella y el mantel más parece una improvisación de Luis Bermejo consolidada a partir de la repetición que una decisión dramática.
Y pasamos así al actor principal. Bermejo es un estupendo y multifacético actor que ha participado en innumerables series de televisión, que en teatro se ha movido en los entornos de la Abadía y Animalario (y que cuenta con una compañía propia -precisamente la que produce este montaje, Teatro El Zurdo- junto a Luis Crespo y el director de la obra que nos ocupa) y que en cine tuvo la fortuna de cruzarse en el camino de Carlos Vermut para quien bordó el papel protagonista de la maravillosa Magical Girl (2014). Bermejo despliega en El minuto del payaso todo un “Pantone” de recursos actorales que alterna en modo “random”. Pasa de la lágrima a la risa, del susurro al grito, de la quietud reflexiva al brinco histriónico y se le siente disfrutando cada minuto y contagiando su entrega al público. En algunos momentos cae en la sobreactuación, especialmente cuando el actor busca la risa de la audiencia a base de repetición excesiva de frases, palabras y entonaciones.
Cuando Fernández, Soto y Bermejo rompen la cuarta pared, la idea motriz de su show se modifica lo que no tendría mayor importancia si al final la retomaran, si el espectáculo acabara con ese “minuto del payaso” que es el mismo que el de muchos actores que esperan horas, días, meses o años para poder actuar y luego recordar el aplauso del público.
Como en una serie de televisión cuyos guionistas se olvidan de lo que pasaba en el capítulo piloto, “El minuto del payaso” acaba siendo algo distinto de lo que se plantea en su inicio y es una lástima porque lo primero es más brillante que lo segundo.
Eso sí, en el montaje que hasta mañana domingo se puede ver en Barcelona, Bermejo improvisa un «running gag» sobre las dos salas que el Teatro Lliure tiene en la ciudad realmente brillante (y bien ubicado)
http://www.teatrelliure.com/es/programacion/temporada-2015-2016/el-minuto-del-payaso