Con estas elocuentes y ambiciosas palabras comenzaba Jean-Jaques Rousseau su obra quizás más celebrada, uno de los textos que inspiraron la Revolución francesa de 1789, El contrato social: «Quiero investigar si puede haber en el orden civil alguna regla de administración legítima y segura, considerando a los hombres como son y a las leyes como pueden ser. En esta investigación intentaré siempre unir lo que permite el derecho con lo que prescribe el interés, para que no se encuentren escindidas la justicia y la utilidad».
En su apuesta por ofrecer libros de calidad (por su contenido y su continente) que no decepcionen a especialistas ni a legos, Herder presenta el quinto clásico en versión manga de una colección que ya puede considerarse de culto, tras los pasos del Zaratustra de Nietzsche, la Divina Comedia de Dante, El Príncipe de Maquiavelo y El arte de la guerra de Sun-Tzu.
El atractivo fundamental de estas pequeñas obras de arte (auténticas joyas librescas que resultan especialmente sugestivas cuando son observadas en el anaquel) es la cercanía y accesibilidad con la que el lector (más o menos leído) puede acercarse a obras tradicionalmente tachadas de oscuras o complejas. No es distinto el caso que nos ocupa: se han atrevido con un texto cumbre de la filosofía política, El contrato social de Rousseau.
A través de una historia sin desfallecimientos que engancha por su carga dramática y su actualidad, el manga de la obra del inmortal ginebrino expone a la vez los dictados principales de El contrato social mediante la introducción del propio Rousseau, convertido en protagonista de la aventura vivida por los personajes centrales: William (un joven trabajador descontento con su patria), Monterre (joven político que se vuelva en la revolución tras un encuentro fortuito con un niño), Roy (un trabajador amigo de William), el General del ejército francés (en cuyas manos se halla la clave de la revolución), y el mismísimo Rey (un monarca absolutista que busca la gloria del Estado por encima de todas las cosas, pero que emplea al pueblo como herramienta para alcanzar tal fin).
Gracias a su nítida estructura problema-nudo-desenlace, el lector se verá inmerso en la compleja situación política y social que condujo a la Francia de finales del XVIII a llevar a cabo una de las mayores hazañas de la historia política: una revolución que desbancó los privilegios de unos pocos en favor del pueblo e intentó sentar las bases de un nuevo humanismo político a través de un contrato social. En palabras de Rousseau:
Lo que el hombre pierde por el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que le tienta y puede alcanzar; lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee.
Las ideas que Rousseau vierte en El contrato social son claro reflejo de su talante subversivo. Con esta obra, se enfrentaba abiertamente, bajo la sombra de la amenaza, a las monarquías absolutistas que imperaban por aquel entonces en toda Europa. El autor pretende convencer al pueblo, adocenado y asediado por las demandas siempre abusivas de nobles y privilegiados, de que sólo él es el dueño de la soberanía nacional, y que en virtud de ésta puede modificar sus leyes, a sus gobernantes e incluso la constitución del Estado.
Esta doctrina que puede catalogarse de antijerárquica e igualitaria se pone de manifiesto en cada página del manga, con dibujos muy logrados y llamativos que ilustran magníficamente las ideas de Rousseau. Un texto, El contrato social, que muy bien podría servir de inspiración y sustento teórico a las luchas sociales que hoy mismo se están llevando a cabo.
Como es sabido, el Consejo de Ginebra condenó la obra de Rousseau, alegando que era «destructiva de la religión cristiana y de todos los gobiernos». Y qué mayor atractivo que una condena oficial para acercarse a una obra de estas características: contumaz, rigurosa, decidida y casi proscrita en su tiempo. Aunque Rousseau no encajó muy bien este ostracismo que sufrieron algunos de sus libros (incluso Voltaire redactó un panfleto contra él, bajo el título El sentimiento de los ciudadanos): sintiéndose enfermo acaba dedicándose a la botánica y a redactar sus confesiones. El mismísimo David Hume le invita a su casa y le consigue una pensión concecida por el rey Jorge III. Pero ya es tarde…: el carácter de Rousseau se ha agriado y enrarecido definitivamente, hasta el punto de romper su relación con su benefactor escocés. Y es que, como Jean-Jacques escribía en una de sus cartas morales:
Víctimas de la ciega inconstancia de nuestros corazones, el disfrute de los bienes deseados sólo nos prepara para privaciones y penas; todo lo que poseemos únicamente nos sirve para mostrarnos lo que nos falta, y a falta de saber cómo hay que vivir todos morimos sin haber vivido.
Una delicia literaria y artística que, además, mantiene un precio absolutamente competitivo (9,80 euros).
Uff super original