Hay unos niños que juegan a atrapar con las manos la luz que entra por una rendija. El reflejo, como una mariposa, se mueve sin parar, como si los retara. De pronto se detiene.
-La he cogido, aquí la tengo –grita uno de ellos agitando el puño.
-A ver, a ver –repiten todos.
-No, si la abro se me escapa. –contesta poniéndose muy serio.
-Pero tendrás que enseñarla porque si no, es como si fuera mentira.
-Ya, pero no lo es, es de verdad –dice sin moverse.
Todos observan su mano, su cara. Él no mira nada.
-Te estás poniendo blanco, y es porque mientes- se atreve a decir uno.
-No, no es por eso – responde con un hilo de voz.
A medida que él palidece, su voz se ha ido apagando, hasta dejar de oírse. De tan blanco, casi se trasluce. Se transparenta. La carne se disipa. Se vuelve claridad, y finalmente, destello. Todos observan el brillo quieto que antes era niño. Hay un desconcierto callado. Uno, dos, tres segundos vacíos. Y sin más, como salvajes, se lanzan a por él, que ahora es luz que se mueve. Iniciándose de nuevo el juego de atrapar.
Tierno, delicado, este juego de la luz. Muy bien escrito, como nos tienes acostumbrados, amigo Miguel Ángel.
Beiscos