«El insomnio de Goethe ¿Por qué las cabras están locas? una performance de Georgina Rey
Crónica de una reunión entre café, memoria y complicidad: sobre «El insomnio de Goethe ¿Por qué las cabras están locas?«
Georgina Rey es una actriz con un poder magnético sobre el público. En esta ocasión se lanza al escenario sin red, sin dramaturgia y sin personaje. Entre la verdad y la ficción —ambas dentro de lo posible— se presenta como ella misma: actriz y trabajadora en un pequeño hotel cercano al teatro, donde prepara café para huéspedes que, más que descanso, buscan encuentros discretos.
Nos recibe con su calidez habitual. Mientras celebra el ritual del café —con la importancia de hacerlo bien— nos invita a juntar las mesas como si estuviéramos en una reunión familiar. La propuesta es buena: convertir el salón en un laboratorio emocional, donde el gesto cotidiano permita descubrir lo inesperado. Así lo ilustra el relato de las cabras, que al comer un fruto concreto aumentaban su vitalidad, lo que llevó a unos monjes primero a quemar esos granos, apreciando su aroma antes de hacerlo en infusión por primera vez. Una historia observación y descubrimiento involuntario que da pie para hablar del café como bebida mágica, prohibida por algunos credos y celebrada por otros.
Georgina comparte recuerdos familiares con ternura. Evoca a su madre sosteniendo una pequeña taza con ambas manos, como si ese calor la abrigara por dentro. De un bolso —convertido en la caja de Pandora— extrae objetos cargados de historia personal, que el público se pasa en círculo, como en un juego ritual. Aparece una foto en blanco y negro de su primer novio, con una frase de despedida escrita en el reverso y la marca inconfundible de una taza de café; la imagen de su segundo amor, un brasileño; un portalápiz con forma de piernas femeninas, que sujetan un lápiz en el centro; una primera edición de Cien años de soledad muy usada; y una figura de Manolito, el personaje de Quino, regalo de su sobrino al saber que se venía a España.
Ese Manolito no es un simple recuerdo infantil: es también una marca cultural. En Buenos Aires, a los inmigrantes españoles se los llamaba “gallegos”, fueran o no de Galicia. Identificándoles con mujeres y hombres qué, sin saber leer ni escribir, cruzaban el océano para escapar del hambre. Trabajaban de día detrás del mostrador, y de noche dormían debajo de él. Una costumbre dura, pero cierta.
En Madrid, en el Teatro del Barrio, situado en el corazón del multi étnico Lavapiés, el barrio de la diversidad por excelencia, la actriz argentina generalizando dice que en España las sillas no se mueven, se arrastran; los platos no se colocan, se golpean sobre la mesa; y las cucharillas de café son más grandes que las tazas.
Simples anécdotas donde agrupa bajo una sola etiqueta la realidad diversa de lugares tan diferentes como Euskadi, Mahon o el Valle del Jerte en la era de las comunicaciones, y de la imagen globalizada, eso ya es pasado. Generalizar siempre ha sido un gesto excluyente y clasista, en busca de la sonrisa cómplice de un igual, como cuando desde España se llama “sudacas” a los habitantes de un continente vasto, rico y diverso, que abarca desde la frontera con Estados Unidos hasta el Cono Sur”
Señala de pasada a Goethe como bebedor de café incombustible, a Pessoa en su bar lisboeta, y al ya mencionado García Márquez, que fue un detonante cultural del siglo pasado, sin ahondar en ninguno. Ni porqué Goethe, figura en el título.
Gianmarco Serra y Georgina Rey firman la autoría como reconocimiento de la idea original, pero no tiene dramaturgia, pero la performance es un género que se lo puede permitir, pero sí ha de tener una intención que en este caso no se precisa. A la convocatoria, en esta ocasión acudieron en la mayoría mujeres de mediana edad, que respondieron con afecto y complicidad. Al final, echando mano de Yoko Ono, Georgina se desnuda, y pide que con los posos de café se dibuje sobre su cuerpo. El público accede con respeto y delicadeza, pero el ambiente es tan fraternal que el gesto «performático» se vuelve algo tan fraternal, como si le aplicáramos protector solar antes de ir a la playa.
Y aquí aparece la duda. Aunque el título —El insomnio de Goethe ¿Por qué las cabras están locas?— suena intrigante, lo cierto es que el contenido no termina de estar a la altura de esa promesa. La figura del pensador apenas aparece, y dar por hecho que las cabras están «locas», es algo a revisar como tildar como «gallegos» y «sudacas» al personal, en todo caso hiperactivas, pero locas, ademas en homenaje a ellas, diré que han sido grandes colaboradores en el teatro de la calle, junto a los titiriteros, aunque parte de una anécdota simpática, se apoya en un «tópico» que como «animalista» activo, creo que merecería otro enfoque.
La propuesta tiene momentos entrañables y pasajes íntimos, pero cae por momentos en generalizaciones o en códigos fáciles que buscan complicidad sin profundizar. Es una función que depende en gran medida de la luz con la que cuente Georgina ese día, y de cuán dispuesta esté la audiencia a entrar en el juego.
Georgina se lo ha puesto difícil así misma, como actriz entrega calor humano, pero falta una intención más clara o una propuesta más afinada. No todo lo que nace de lo íntimo tiene por qué convertirse en arte, y no toda evocación alcanza para interesar al público.
Reitero que Georgina Rey, aunque no haya sopesado el vehículo con el que se presenta en esta ocasión al público, es una actriz poderosa
Un bonito cartel para El insomnio de Goethe ¿Por qué las cabras están locas? programada en el Teatro del Barrio todos los miércoles de junio de 2025
Autoría: Gianmarco Serra y Georgina Rey. Dirección e interpretación: Georgina Rey
Dirección de producción: Sueños Lúcidos