El huerto de Emerson de Luis Landero

El huerto de Emerson de Luis Landero

La propuesta literaria de Luis Landero, sigue causándome fascinación, afecto y mucha simpatía. He leído prácticamente toda su obra, y me sigue asombrando que en mitad de toda esta embriaguez y turca de vanguardia y modernidad, siempre acuda Landero a sacar un escuerzo del pozo, a narrar sobre las ovejas y sus pastores, y a recordar el silencio del pueblo a la caída del sol, los campesinos sugestionados por los misterios del universo y el romance de Floren y Cipri como reminiscencia del amor en las aldeas de los cincuenta.

La literatura de Landero, siendo vieja, huele a fresco, a rocío, a nueva vida, a charca, a Extremadura y a Madrid. Y a infancia, sobre todo a infancia, huele a seguir siendo el niño que uno fue, anotación del propio Landero: «he escrito este libro como un niño que juega».

Escribo ahora en mi cuaderno: «El arte habla en el lenguaje ingenuo e infantil de la intuición, no en el abstracto y serio de la reflexión». Esto lo dice Schopenhauer, y así quisiera escribir yo, con el asombro del niño para el que todo en el mundo está por descubrir y por decir, pero también con la experiencia, las habilidades y la sabiduría que me han dado los años. Quiero que el niño y el sabio, la cigarra y la hormiga, escriban a compás

Hay una balanza en El huerto de Emerson, entre lo costumbrista y lo íntimo, lo costumbrista nos habla de gente y de hábitos y tradiciones, de boliches maravillosos y de tipos gordos que caminan flotando, amores destinados, personas tristes e inmortales que siempre comían coliflor y pescadilla, valgan los paradigmas, y lo íntimo, a su vez recurre a todas las anécdotas rutinarias (como pretexto de la historia universal del mundo), si bien su crónica no se queda ahí, sino que parte de este lugar para acceder (en este punto Landero no solo es un maestro sino un nostálgico) a los recovecos y comisuras de eso que llamamos alma humana.

Dicho de otra manera, la novela de Landero está llena de novelas, arrancando de la infancia, el campo y llegando al crepitar del fuego, cuando tiene al lector ya a la deriva, zarandeado, vencido, y es sólo al final cuando acaba el camino y consigue ver el mar desde el huerto. Cuando le ha contado su vida, ha ido dejando muertos en el naufragio, y es a él (a nosotros) al que le va llegando la hora. Todo en decadencia, desde ese momento en que dejamos de ser guapos, una coordenada absolutamente concordante con la melancolía de todas y cada una de las novelas de Luis Landero, el hombre escritor sin oficio, entusiasta febril de la literatura y el deleite de contar historias, sobre todo viejas y de gente muy triste y muy graciosa, como venimos a ser casi todos, sin un recuerdo notarial y preciso, pero sí con una minuciosa y fehaciente semblanza del pasado. No está lo tangible de todos los hechos y las personas, pero sí, y tanto, está la época.

En nuestro pasado está todo cuanto necesitamos para encender el fuego de la inspiración. Hasta la fantasía tiene su casa en la memoria. No escribas lo que sientes, escribe lo que recuerdas y dirás la verdad, como decía no recuerdo quién.

Todas estas semblanzas melancólicas, elegiacas y casi míticas, de leyenda, descubren la razón de ser de la literatura, esa literatura de Landero, que entre modernidad y tradición, campo o capital, bigote y barba cervantinos o mechas californianas, Orwell o Defoe, siempre elige tradición y folclore. La tradición de las historias legendarias y mágicas del pueblo y otra época que ya no existe, con una epifanía al campesino, la lechuza, el aldabón, el escuerzo, y la paradoja del marino condenado al mar y a volver para contar las historias de otros mundos mitológicos al fuego del hogar en el pueblo. El héroe de todos libros de Landero, gente que quiere conocer las maravillas y los secretos más recónditos del universo, para luego regresar. Una auténtica maravilla de libro.

Autor

Javier Divisa. Mercader a tiempo parcial y escritor a intervalos fragmentarios. Autor de la novela Tres Hombres para Tres Ciudades, su segunda obra vio luz bajo el título Valientes Idiotas. Desarrolla su cáustica y rigor literario en reseñas literarias para Eñe y Revista Cultural Tarántula. Ejerce como articulista y cronista en CTXT y compagina la literatura con el business de la moda. Ha ganado algunos premios narrativos, todos sin la pertinente dotación económica, aunque eso es algo que podría lograr un mono con lobectomía cerebral. También ha sido incluido en diversas antologías de jóvenes autores de libros que están enterrados hace años en el cementerio de Père-Lachaise y no leyó nadie. Actualmente muere en Madrid, escribe varias veces todos los días a lapsos de quince minutos y nunca aparenta estar feliz en Facebook. Su tercera novela se llama Magdalena.

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