David Byrne nunca será uno de esos músicos, como Bono o John Lennon, cuyo nombre pronuncian los políticos cuando les preguntan por sus compositores favoritos y quieren dárselas de modernos, aunque muchas de las composiciones del ex líder de los Talking heads sean infinitamente superiores a las popularizadas por U2 o The Beatles. Yesterday, por ejemplo, palidece ante Nothing but flowers y nada tiene que envidiarle su Rey Momo al The Joshua Treede de los irlandeses. Sin embargo, como ocurre con buena parte de los compositores surgidos en el underground neoyorquino de los setenta, el prestigio de Byrne se mantiene, afortunadamente, en círculos ampliamente minoritarios.
Y digo afortunadamente, porque eso permite a nuestro hombre hacer lo que quiere, como quiere y cuando quiere. Sobre todo en directo. En 1992 le vi por primera vez durante la gira Monster in the mirror presentando Uh-oh, su segundo álbum en solitario. Apareció sólo ante un enorme telón negro, acompañado únicamente por una caja de ritmos y una guitarra. Empezó a cantar los temas de Talking Heads habitualmente reservados para los bises ante un creciente mosqueo del respetable por lo, digamos, “minimalista” del formato (que por supuesto, no había tenido su reflejo en el precio de la entrada) Tras casi media hora de actuación, Byrne ataca Mr. Jones y en el momento de comenzar el estribillo, cae la cortina ubicada a su espalda y una banda completa de música latina más el grupo de acompañamiento habitual hace su aparición.
He visto muchas veces más a David Byrne. En 2001 actuó acompañado de un conjunto de cuerda durante la presentación de Look into the eyeball; en el 2000 protagonizó, junto a Caetano Veloso, un tan poco ensayado como antológico dueto en Anoeta durante la celebración del festival de cine de San Sebastián. Pero el concierto que dio el pasado sábado en L´Auditori de Barcelona (y el jueves anterior en el Circo Price de Madrid) se cuenta entre lo más brillante de una carrera algo errática en los últimos años.
Acompañado por St. Vicent, (seudónimo elegido por la cantante Annie Clark en homenaje al Saint Vicent catholic medical center -el hospital en el que murió el poeta Dylan Thomas), una batería, unos teclados y (el punto fuerte de la función) ocho músicos de viento, David Byrne arrancó con Who, tema que abre el disco conjunto Love this giant, editado el año pasado y con el que llevan ya un año de gira. Después fueron alternando los temas de este trabajo con otros anteriores tanto de Byrne en solitario (Like humans do) como de los tres álbumes editados por la vocalista de Dallas. Y aunque nadie esperaba un revival de los clásicos de Talking Heads, cuando interpretaron Wild Wild Life, Burning down the house o Road to nowhere éstas sonaron nuevas gracias a la apabullante instrumentalización y a la no menos electrizante puesta en escena.
Porque el otro punto fuerte de esta gira es su componente teatral. Con la excepción de batería y teclados, todos los músicos que hay sobre el escenario (incluyendo a Byrne y Clark) se mueven sin parar en elaboradas coreografías que hacen saltar por los aires los convencionalismos de los conciertos de rock. Las dos estrellas se integran con humildad en el conjunto y parece milagroso que nadie se choque con nadie en las dos horas de actuación.
Otra de las virtudes de Byrne es su absoluta modestia para/con sus acompañantes. Sabe retirarse a un segundo plano cuando St. Vicent interpreta sus temas (Cheerleader o Marrow) e incluso permite que buena parte de Wild wild life sea cantada por sus músicos a razón de un verso cada uno.
Una lástima que el público, intimidado por la solemnidad que impone un espacio habitualmente dedicado a la música clásica (y con una excelente acústica, en contrapartida) no se atreviera a levantarse y a bailar hasta el final por mucho que se lo pidieran los pies.
Y un último comentario. Antes de iniciar su actuación, una grabación de Byrne le decía al público más o menos lo siguiente: “estamos particularmente orgullosos de este show que ustedes tienen derecho a disfrutar sin que nadie les moleste con sus gadgets. Así, que por favor, guarden teléfonos, ipad y demás durante la actuación”.
Un razonamiento que bien podrían adoptar otros grupos para evitar que los que vamos a los conciertos a escuchar la música no acabemos cometiendo una barbaridad con el Smartphone del que no nos deja ver el escenario.