Cuando me enteré por la tele, lo primero que hice fue despedirme del trabajo. Más bien hice que el cuatrojos me despidiera lanzándole un globo de orines propios a la cara ajena. Y a la corbata de enterado. Luego me compré, sin dinero, un coche con un billón de caballos, uno que llega antes de que salga. Las multas me la sudan ya. Me he arreglado la boca y el cuarto de baño. Y me he puesto tetas, algo con lo que siempre soñé. Me fui a Paris, a soltar un escupitajo desde lo más alto de la Torre Eiffel. Hice montar una sala de cine en el patio, techado de uralita, donde he visto, en tres semanas encerrado, a todos los grandes repartiendo ostias de venganza. En el sexo, lo he probado todo con todo, el matrimonial inclusive. Siempre pagando. Estaba viviendo así, a tope, sin que me importe lo que diga nadie, cuando me entero de que han hecho una relectura, dicen, de la profecía esa.
Así que, ahora, con un primo también sin novia, que es mecánico y eso, estamos inventando una bomba con botón. Porque ya no hay marcha atrás y, por mis huevos, que los mayas van a tener razón