Hay un cine de qualité que parece responder a una fórmula más o menos preestablecida. Un tipo de filmes que suele abordar un asunto de relevancia, normalmente asociado a un acontecimiento relacionado con la Historia o la denominada alta cultura; cuenta con un puñado de actores de probado prestigio y brilla especialmente en los apartados de dirección artística, vestuario y fotografía. En resumidas cuentas, tiene todos los ingredientes para triunfar en la temporada de premios que comienza en los últimos meses de cada año y se prolonga en los primeros del siguiente.
El editor de libros se adapta como un guante a estas películas que pretenden legitimarse aludiendo a los grandes temas. En esta ocasión contamos con un grupo de actores de conocida fama (Colin Firth, Jude Law, Nicole Kidman y Laura Linney) que están al servicio de una historia basada en hechos reales que se desarrolla en el mundo literario: la profunda amistad que se estableció entre el editor Max Perkins, responsable de la fama de escritores de la talla Scott F. Fitzgerald o Ernest Hemingway, y uno de sus descubrimientos, el novelista Thomas Wolfe, al que debemos obras como Un ángel que nos mira y Del tiempo y del río. Como suele ocurrir en estos casos, una recreación puntillosa de la época y unas imágenes cuidadas, que aquí parecen imitar el blanco y negro al optar por tonos desaturados, dotan de un cierto empaque visual al conjunto.

Colin Firth encarna a Max Perkins, uno de los más famosos editores literarios de Estados Unidos, en El editor de libros
Michael Grandage, actor que debuta como director de largometrajes, se conforma con entregar una película tan pulcra como insípida e impersonal. El realizador primerizo se limita a que todo tenga una apariencia cuidada y olvida en cierta medida la historia que está contando. Todo está filmado con una frialdad y asepsia que solamente provocan aburrimiento. No ayuda al resultado final el desigual trabajo de su cuarteto protagonista. Mientras que Colin Firth, en la piel del editor del título, y Laura Linney, como su esposa, ofrecen unas interpretaciones medidas y sin estridencias, Jude Law y Nicole Kidman, en la piel del desaforado escritor y su pareja, optan por un histrionismo casi ridículo. Bien es cierto que la relación entre ambos personajes reales fue tormentosa y el novelista era un hombre exagerado y tempestuoso, pero todo ello no justifica que las dos estrellas realicen trabajos demasiado estridentes.
A todo ello hay que añadir un guion desequilibrado que cae en numerosas reiteraciones a lo largo de todo el metraje de la película e incluye algunos episodios poco relevantes, como la aparición de los escritores Scott F. Fitzgerald y Ernest Hemingway, y otros escasamente desarrollados, en especial todos los que muestran los celos que siente el rol de Kidman por la estrecha relación que se ha establecido entre su marido y Max Perkins.
No obstante, a pesar de las deficiencias de esta ópera prima, la película logra brillar cuando justifica la necesidad de un buen editor literario que sepa controlar los excesos de los escritores, pero que también les comprenda. Lástima que este drama no se encuentre tan atinado al tratar la profunda e intima amistad de dos hombres tan diferentes como Perkins y Wolfe. El espectador puede intuirla, pero nunca la ve reflejada de manera convincente en la gran pantalla.