El desierto crece

El desierto crece

Existencia por €xistencia, que lástima de transformación. En este aforismo se guarda todo lo que este texto puede decir. Ahora simplemente lo acariciaremos con los dedos para que todo lo que alberga se desperece y se haga más “visible”.

Estamos ante una herida hecha en tres tiempos. Con la primera de ellas, el mundo, el universo, dejó de ser algo vivo y pasó a ser pura pasividad. El inicio lo pone Descartes y su filosofía mecanicista, pero el final del proceso lleva la firma de Newton. De ese animal que Platón hermosamente describió, a ese gran cadáver condenado a la entropía. Se perdió la idea decisiva de que todo estaba vivo, de que todo “estaba lleno de dioses” –aunque prefiero la idea de W. Blake a la de Tales: todo está lleno de “hombres vistos desde lejos”.   

Pero esa materialidad y esa literalidad a la que la ciencia moderna nos condenó, aún guardaba restos de rasgos humanos, aún conservaba algo de espíritu. El verdadero salto al abismo llega con la Revolución Industrial. Porque aquel mundo, aquel universo pasivo se resumió a sí mismo en la siguiente fórmula: el escenario idóneo para el pillaje. Y donde antes había un bosque, ahora sólo había una productiva reserva de madera. La mirada enfermó y se volvió envenenadora. Pero esta Revolución Industrial sólo fue el primer paso de la caída, un mero preludio. Y es que la mercancía, la religión de la producción, pronto dio a luz un nuevo mundo aún más perverso: el del capital. Por lo menos la mercancía y la producción guardaban aún trato con lo concreto. Con el capital caímos en el mundo de la abstracción y la virtualidad. Lo real se pierde. La psicosis de lo invisible se instala. Y una nueva forma de religión se brota en el corazón de esta sociedad que cínicamente se dice descreída: el dinero pasa a ser el centro de todo. La indiscutible medida de todo sentido y felicidad. Así, “el todo es economía” se ha instalado entre nosotros sin levantar sospecha.

El dinero/religión opera y exige sus sacrificios y sumisiones. Pero además, va vinculado a una sociedad de consumo que a su vez es generadora de nuevos dioses: todo aquello que nos quiere vender. Un politeísmo que lejos de traer paz, riega nuestra vida con la parte más hambrienta y fea del deseo, aquella que lleva a la prostitución moral a la que hoy asistimos. Una prostitución cuya potencia se está desplegando hasta límites insospechados a través de esta crisis. Ya que ella, sus diagnósticos y sus curas, no está siendo otra cosa que la consolidación de esa fe infinita en el dinero. Y en esa estrechez, el espíritu, única y autentica riqueza de lo humano, enferma y entra en letargo.

Si creemos estar sumergidos en un proceso de deuda y pobreza mejor que nadie se asome a su interior. Ahí sólo hay semillas de desierto. Ese mismo desierto que ahora crece en cada esquina de lo que somos. ¿Cuánto resistirán los pequeños oasis que quedan? Para conocer la respuesta, pregunten por Wert y otros de su especie.

Autor

Soy filósofo y hago cosas con palabras: artículos, aforismos, reseñas y canciones. De Tarántula soy el cocapitán y también me dejan escribir en Filosofía Hoy. He estado en otros medios y he publicado algo en papel, pero eso lo sabe casi mejor Google que yo.

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