El creador y su criatura

El creador y su criatura

 

La linde creativa podría definirse como la línea que separa al creador de su creación. Bien se sabe que en algún momento creativo, lo creado alcanza su plenitud de sentido y al creador ya no le resta sino observar cómo se desarrolla y perfecciona la obra.

¿Por sí sola? En alguna medida sí. Ya sabemos que los procesos inconscientes juegan un papel decisivo en la conformación de la obra, pero alcanzar, y traspasar la linde creativa supondría un punto de inflexión definitivo en la hora creativa.

El creador es, de por sí, inseparable de su criatura. La concibe y le da forma ayudado por su experiencia, su técnica y su habilidad. Habrá de suponérsele el valor necesario para dar el paso adelante que se precisa.

Durante la gestación de la obra, el creador deberá ingurgitar, mejor re-ingurgitar, los licores que previamente, a veces durante muchos años, han ido recorriendo su sistema interno. Es durante la gestación que se decantan y redefinen tales licores.

Tendrá que ser consciente de ello para mejor valorar su posición en el mundo de su creación. Pues tal universo le hace vivir inserto en él. De pie, frente a ese mundo creador, el creador tendrá que manejar los ritmos y pautas convenientemente.

Saber qué se puede y no se puede hacer en tales situaciones será imprescindible para el desarrollo de su labor. Y también olvidarse de los universos alternativos en los que puede haber estado inserto hasta el período de gestación de la obra.

El creador no es independiente de su creación. Se inhiben mutuamente, se pudiera decir, ante los impulsos que provengan uno del otro. La matriz creadora es universal e indivisible. Nunca neutra, sino siempre de partido tomado.

Mientras gesta, el creador asiste, puede decirse que atónito en ocasiones, al emerger de emociones, sentimientos, afectos y pensamientos que, imbricados unos en los otros, ayudan a que la matriz creadora se vaya expandiendo indefinidamente.

Hasta confundirse con el universo que le sustenta. Solo ante ese mundo, pero bien acompañado de su obra en gestación, el creador avisa mediante señas inequívocas a su entorno, que bien puede ser meramente mental, de la generalidad de sus estados y devaneos.

El mundo creado y recreado no tiene pie por sí mismo, sino en tanto el creador esté en pie y erguidos pecho y espaldar. La suerte está echada cuando la posición, física y mental, del creador está ya perfectamente definida.

Es a esta altura del proceso cuando se atisba la linde creativa, que deberá todavía ser alcanzada y rebasada por el creador, y por su mundo creativo. Las líneas maestras de la derrota o navegación las conoce y perfecciona el creador a fuer de impulso y remo.

No se sabe cuál puede ser la duración del proceso creativo, puede durar años, en ocasiones, y durante ese lapso el creador asiste como impertérrito habitante de su mundo creativo o universo al desplome de tantos otros mundos.

La situación se asemeja a la del navegante en mitad de la tormenta, cuando la huida no conviene y el combate se prevé en inferioridad de condiciones. En esos momentos no queda sino encomendarse a los santos que mejor le cuadren al creador. Bien pueden ser mandalas o pensamientos particularmente poderosos.

Mientras se va conformando la obra, el creador va siendo irremisiblemente agostado interiormente, pues se ve consumido en sus fuerzas y esfuerzos por el nuevo ser que ha de llegar al mundo de la creación.

Los bosquejos de la obra son, muchas veces, tentativos e irrisoriamente aproximados y balbuceantes. No importa tal cosa, puesto que la obra se desarrolla como hemos mencionado antes, en buena medida debido a procesos inconscientes.

Una vez que la derrota ha sido fijada ya no importa nada más a la hora de considerar las condiciones de la creación. Esta se abrirá paso como por un proceso biológico de gestación.

La obra muchas veces sorprende al creador en su ingenuidad creativa. La ingenuidad es el estado adecuado del creador en el mundo creativo, pues así está libre de apriorismos y prejuicios múltiples.

En efecto, si el creador tuviese plena conciencia de su creación durante los momentos iniciales del proceso, seguramente abortaría y nunca llevaría a buen puerto a semejante criatura.

El creador siendo uno con su creación durante la mayor parte del proceso creativo, no puede tener una perspectiva clara sobre su obra. Es, por definición, ciego de nacimiento. El desconocimiento es su mejor arma creativa.

La definición del arte exige un deslinde entre el creador y su obra creativa. Tal deslinde, repito, no puede tener lugar más que en fases relativamente avanzadas de la gestación de la obra.

Sabedor de su posición en el mundo social, si tiene suerte y es lo suficientemente perspicaz, el creador no sabe gran cosa de su universo creativo hasta que le llega la hora de definir perfectamente su posición en este.

Tal cosa es un albur y no depende exclusivamente de las fuerzas del creador, sino que requiere de ayuda externa, muchas veces, que se puede presentar bajo la forma de una relación afectiva que fije y de soporte al eje del mundo creativo que lo habita y que él habita.

Naturalmente, el egocentrismo tiene mucho que ver con este punto. Y de tal suerte, el creador muchas veces se ama a sí mismo más de lo que ama a sus semejantes. En tales casos, no hay problema alguno para que el eje creativo se asiente perfectamente.

Se puede temer que la creación no acabe nunca de deslindarse del creador. Y se dan casos de embarazos de este tipo en los que se fosilizan los licores de su sistema interno dando lugar a la momificación de la obra.

Pero en la mayor parte de los casos, el embarazo llega a término y se acaban por separar creador y criatura. En estos casos se puede decir que la linde creativa ha sido sobrepasada.

Finalmente, y ante los ojos y las manos del creador, la obra empieza a desarrollarse en forma aparentemente autónoma. Bien es sabido que no hay tal, y que la obra sigue bajo rigurosa supervisión del creador.

Pero esa arquitectura que va lanzándose a las alturas y recorre cielos, días y noches fulgurantemente, es el premio mayor que pueda recibir un creador reconocido para con sus creaciones.

Cuando los procesos inconscientes ya rigen definitivamente sin traba alguna, entonces podemos afirmar que la obra está hecha y bien encauzada en la mente y las manos del creador.

Hemos alcanzado finalmente las cotas más elevadas de la ascensión al monte de lo real, y, casi sin saber mirar, oteamos el horizonte que nos ofrece en tales ocasiones las vistas más maravillosas y esplendentes del mundo que, aquí abajo, nos ha tocado habitar.

Autor

Soy José Zurriaga. Nací y pasé mi infancia en Bilbao, el bachillerato y la Universidad en Barcelona y he pasado la mayor parte de mi vida laboral en Madrid. Esta triangulación de las Españas seguramente me define. Durante mucho tiempo me consideré ciudadano barcelonés, ahora cada vez me voy haciendo más madrileño aunque con resabios coquetos de aroma catalán. Siempre he trabajado a sueldo del Estado y por ello me considero incurso en las contradicciones que transitan entre lo público y lo privado. Esta sensación no deja de acompañarme en mi vida estrictamente privada, personal, siendo adepto a una curiosa forma de transparencia mental, en mis ensoñaciones más vívidas. Me han publicado poco y mal, lo que no deja de ofrecerme algún consuelo al pensar que he sufrido algo menos de lo que quizá me correspondiese, en una vida ideal, de las sempiternas soberbia y orgullo. Resido muy gustosamente en este continente-isla virtual que es Tarántula, que me acoge y me transporta de aquí para allá, en Internet.

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