«Y vio Dios que la luz era buena, y separó a la luz de las tinieblas». La cita del Génesis que abre El club funciona como particular resumen simbólico de la película de Pablo Larraín. El cineasta chileno se adentra en uno de esos lugares donde la Iglesia Católica, representante del ser supremo en La Tierra, ha dejado apartados a todos aquellos sacerdotes que han abandonado el camino recto de la fe para adentrarse en las sendas más tenebrosas del espíritu humano .
El realizador, que cuenta con un espléndido guion de Guillermo Calderón y Daniel Villalobos, sitúa a sus protagonistas en un brumoso purgatorio terrenal, ubicado en la ciudad costera de La Boca, y utiliza a cada uno de los curas que vive en esa particular prisión como representante de los peores pecados del clero: el abuso de menores, el encubrimiento de los crímenes de sanguinarias dictaduras o la implicación de algunos de sus miembros en el robo de niños recién nacidos. Un hecho desgraciado vendrá a poner en peligro el cómodo presidio de los religiosos y les obligará a enfrentarse a sus propias culpas.
Larraín, autor de las muy notables No y Post-morten, entrega una durísima cinta envuelta en una atmósfera de pesadilla sobre personajes terriblemente humanos que se resisten a reconocer sus errores y hacen lo imposible por mantener una prisión más parecida a un club de campo que a una cárcel.
No obstante, pese a lo que pueda parecer a simple vista, nos encontramos ante un filme que no pretende atacar los fundamentos del catolicismo, sino mostrar que aquellos que los infringen deben expiar sus culpas de una u otra manera. Una posición que no dista mucho de las medidas que ha tomado al respecto el papa Francisco.
El reparto ayuda a incrementar más si cabe la intensidad y la credibilidad de una película que sume al espectador en un estado de shock. Antonia Zegers encarna con incómoda ambigüedad a una monja carcelera con muchos claroscuros; Alfredo Castro da vida de una manera estremecedora a un párroco que piensa que en sus pecaminosos actos hay un fondo divino, y un desgarrador Roberto Farias interpreta sin ningún tipo de impostura a una desnortada víctima de los curas. A todos ellos hay que sumar el no menos prodigioso trabajo de Marcelo Alonso, adecuadamente contenido en el papel de ese religioso con estudios de Psicología que pretende desentrañar los secretos de ese grupo de sacerdotes descarriados.
En definitiva, El club nos ofrece uno de los más inquietantes viajes al lado oscuro del alma que nos ha deparado el cine de este siglo XXI.
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