Fotografía de Blanca Díaz.
Es una noche sin luna, corre el año 1904; apenas son unos niños de veinte años , con la juventud suficiente para sobrevivir a dos guerras mundiales y celebrar el trofeo de Perú en la Copa de América, casi treinta y cinco años más tarde.
Primero , las dotes naturales: ingenio y fluidez.
Vaya, pues va a ser que sí ; Juan Gómez Bárcena ha leído más novelas que un fotocopista ruso. La hostia. Todo el boom latinoamericano , Vargas Llosa, García Márquez, en consecuencia Flaubert, y como rigurosa coordenada Stendhal y Balzac. Y detrás de ese rostro de cantante indie enfermizo bebiendo té de cardamomo hay literatura delic.
Quicir (modo Bosé) : Salto de Página tiene un valor literario. El niño tiene seguridad, no se pone nervioso y tiene un guante en la mano derecha. Es la extensión de Koke (actual Atleti). Seguramente cuando haga una cagada de novela lo fichara el Madrid (Planeta). Por eso fútbol y literatura son tan antagónicos. Te has ganado a pulso el seudónimo de qué hijo de puta, en cuanto a persona de notables cualidades en cualquiera de las artes y oficios.
Son ricos
Creen ser poetas
Quieren ser Juan Ramón Jiménez
Es, en suma, el lugar soñado para unos jóvenes aburridos de las camas con dosel y de amonestar a las criadas por no limpiar las vinajeras de plata. La sensación de pobreza les excita , y merodean entre los sacos de arpillera y los trastos cubiertos de polvo como felices supervivientes de un naufragio.
Fue allí donde nació Georgina. Un parto lleno de palabras y risas, vagamente iluminado por las botellas que servían de improvisados candeleros.
Es verdad que El Cielo de Lima se inicia con una temática trasnochada , dos niñatos burgueses que aman la literatura y quieren ser poetas, pero tanto o más evidente resulta que no está tratado el asunto de manera liviana y la novela encierra más causas que la broma de Georgina y las pasiones líricas de estos chavales que a veces se desvirgan con prostitutas jóvenes por encargo paterno y a veces caen heridos en las manifestaciones obreras de principios de siglo. Tiempos de huelgas y frágiles y precoces putitas y un buen puñado de razones socio-económicas y culturales a contemplar en el libro de Juan.
Esto está muy bien, Juan. No sabe si el amor se parece a eso. Si está matando a la niña que grita, que se sacude débilmente bajo su cuerpo. Está, quizás, matándola, pero no importa. Su padre ha pagado cuatrocientos dólares para que no importe.
Esos encuentros clandestinos no dejan ninguna huella en su vida, pero sí en la de Georgina. José se divierte incorporando a sus cartas los atributos de Elizabeth: su cháchara insustancial, su coquetería ingenua , su credulidad casi enternecedora, su preocupación por los desfavorecidos. Incluso un ligero toque de su inclinación natural a la tragedia.
Criadas, prostitutas, cantantes de cabaré, floristas: todas ponen su grano de arena, es decir, su modesta ración de palabras. Una Georgina que cada vez recuerda menos a la inocencia de la prostituta polaca y un poco más a las prisas con que la criadita de los Gálvez hurgaba en la entrepierna del señorito.
José Gálvez y Carlos Rodríguez Hübner.
Es la historia de dos adolescentes inapetentes a la fertilidad de la pompa burguesa , dos tipos que juegan a ser pobres y poetas (al igual que ahora en dos mil coyunturas) como primera secuela y consecuencia de una realidad en la que son niñatos y ricos , y que distraen su vida jugando a ser una bella dama rubia de terciopelo y nácar (e.d. pibón de principios de siglo). Nace, tal como nos enamoramos de una idea , de toda la metafísica de las palabras y la tinta, recorriendo mares y buques llenos de ratas, Georgina Hübner. Entre medias, Lima, jornales de mierda, manifestaciones, hipocresía burguesa y putas.
Claro , y Juan Ramón se va poniendo cachondo.
Yo quisiera llegar hasta U., hasta el Perú, que también existe pero podría no existir; o mejor, que fuera U, quien caminara de mi brazo por las avenidas de sosiego y crepúsculo de Madrid. Le gustaría tal vez a U. pasear conmigo; y acaso le gustaría también que nos detuviéramos a pastelear unos cuantos barquillos. Porque yo le regalaría uno, Georgina, le regalaría cien; algo me dice que la suerte nos sonreiría durante una, diez, cincuenta tiradas.
Al hilo de esta novela llamada a la permanencia , articulaba yo en otro medio, años atrás y en correlación a nuestro tiempo moderno la capacidad de dilatación de la mentira, sobre todo cuando se consigue que el affair vitual huela a cappuccino , sales de baño y eau de Cartier, y logramos el sueño de un ideal humano en mitad de un ballet de Anna Pàvlova ; en equidistancia la posibilidad de que las revelaciones de la vida real sean el ali-oli bailando en la boca, los tics del ojo derecho y la halitosis. Vale, la mentira tiene las patas muy cortas , pero una buena cooperación puede salvar su destino. El desengaño camina sonriendo detrás del entusiasmo, dicen los gabachos. Y hay un tipo pidiendo la cuenta en la taberna; todo ha salido fatal.
Entusiasmo es El Cielo de Lima. Todo ha sido palabra a palabra; ocurre cuando un libro mola y al final resulta que te has leído 317 páginas y te vas a la cama sin clichés ni tonterías. Es una novela precipitada para el lector que ha debido costar un huevo y medio , muchas horas sin chinobirra y terraza y alguna nena mosqueada. Pero vaya parto. Qué hijo de puta.
El cielo de Lima, Juan Gómez Bárcena, Salto de Página, 2014.