Pisó el acelerador y el coche alcanzó los 130 kilómetros por hora sin mayores problemas.
El ordenador le avisó de que tenía que reponer el aceite en cuanto llenara el depósito de gasolina. Subió aún más el volumen de la música y avanzó durante otra hora. Estaba decidido a no mirar atrás y olvidarla cuanto antes. En la gasolinera compró el bote de aceite, se tomó un cortado y, mientras se dirigía al aseo, se fijó en el periódico deportivo. El equipo de fútbol de sus amores había vuelto a perder. Quitó el tapón del motor con dificultad, pero al final se le escapó de los dedos y se perdió en la selva de tubos del coche. El encargado de la gasolinera le recomendó que se acercara a un taller que no estaba lejos; allí lo encontrarían sin problemas. En efecto, el mecánico no tardó en dar con el tapón, aunque también encontró otra cosa perdida.
Volvió al coche y arrancó mientras el rock de Status Quo volvía a sonar con fuerza. Bajó la ventanilla y dejó escapar el beso abandonado en el interior del vehículo.