El director uruguayo Federico Veiroj tiene una particular debilidad por los personajes masculinos excéntricos. En Acné, su debut en el largometraje, seguía los pasos de un adolescente tímido secretamente enamorado de una compañera de clase, mientras que en su siguiente filme, La vida útil, nos contaba la historia de un empleado de la Cinemateca de Montevideo que tenía que replantearse su existencia cuando cierran la institución donde trabaja.
El protagonista de El apóstata continúa en cierta manera con esta tendencia a retratar a individuos raros. En esta ocasión, el cineasta se centra en un treintañero a la deriva que pretende desvincularse totalmente de una de Iglesia Católica de la que él no eligió formar parte. No obstante, esta es solamente una muestra de su rebeldía, que también deja patente en su particular manera de interpretar a los filósofos que estudia en su carrera universitaria o en la forma que tiene de soliviantar a su progenitora con sus decisiones poco ortodoxas.
Con un sentido del humor extraño y un estilo casi ascético, Veiroj nos muestra a un hombre en crisis que se debate entre seguir siendo un particular rebelde sin causa que se enfrenta a lo establecido o madurar. Curiosamente, estos dos extremos están simbolizados por dos personajes femeninos: su prima, una mujer de la que lleva encaprichado desde su infancia, y la vecina que vive debajo de su casa.
El director uruguayo consigue que veamos con cierta simpatía las peripecias de este tipo, aunque el conjunto resulte algo deslavazado y roce en algunos casos el ridículo, especialmente en los momentos oníricos. Gran parte de los méritos del filme recaen en su reparto. El debutante Álvaro Olalla imprime un tono ingenuo e infantil a su particular Peter Pan, mientras que Marta Larralde y Bárbara Lennie inyectan fuerza a los dos desdibujados amores del protagonista. Mención aparte merece una espléndida Vicky Peña, perfecta como esa madre disgustada por el comportamiento de un hijo algo desnortado que parece empeñado en deshonrar el nombre de su familia.
Quizá el gran problema de El apóstata es su pretensión de trascender su mínimo argumento, un objetivo que no consigue en ningún momento.