Resuena en el oído la música de Chopin cuando ya empiezan a desvanecerse las imágenes de El amor es extraño del director Ira Sachs. Calma y seductora, como la prometida plácida madurez otoñal de la vida de la pareja formada por John Lithgow, Ben y Alfred Molina, George.
En un entorno de comodidad y bienestar del primer mundo, la ansiada seguridad flaquea, hace aguas y deja en dique seco esa promesa de felicidad de dos vidas engarzadas. Las de Ben y George, encomiable, laudatoria pareja homosexual, matrimonio reciente para mayor regodeo en la cuestión y confortablemente instalados en la clase media neoyorquina.
Esta historia de amor nos narra con mucha brevedad y en primer lugar la línea base, potencial, de la vida de Ben y George y, a partir de ahí, su decadencia y separación. Drama melodramático por momentos, casi nunca cae en la facilidad del dejarse llevar por la emoción bien construida.
Poco a poco a lo largo del transcurso de la película se van incorporando otras tramas, centradas en la familia del sobrino de Ben, Elliot, Darren E. Burrows, su mujer, Kate, Marisa Tomei y su hijo Joey, Charlie Tahan. Ben será catalizador de algunas historias en las que se ven involucrados sus tres parientes.
Partiendo como desencadenante de la trama de un episodio de homofobia, cauta y sobriamente expuesto, el recorrido vital de la película es claramente descendente, a defecto de rebufos y sostenes en la juventud del adolescente Joey y su amigo Vlad, Eric Tabach.
El tono crepuscular no se permite demasiadas oscuridades dado que el soporte emocional viene simbolizado por el piano de Chopin, en su vertiente más new age y cool. Así toda la película tiene un marcado carácter elíptico, como un bucle que debe permanecer abierto en la mente del espectador.
No hay cortes abruptos, puntos álgidos ni caídas en los infiernos que podrían haber dado algún giro por las vidas de los personajes de esta película. Sólo temas sin tabúes, abiertos a todos los vientos, incluso a los vientos del destino. Y éste se manifiesta con la ley de vida básica, la de la ascensión y caída de las edades del hombre.
Si soplaran vientos de tragedia en el cine actual, Ben y George estarían condenados de antemano por el destino, pero no es así, el arte cinematográfico está generalmente instalado en la confortabilidad del deseo satisfecho o al menos, fácilmente satisfacible, como no podía ser de otra manera, en tanto que reflejo de nuestra sociedad actual, abierta y expansiva aunque, no lo olvidemos, con el techo y el suelo de cristal.
Ben y George sólo tienen que orientar sus velas con un mínimo de inteligencia vital, dado su bagaje experiencial y posición social aparente, para que las cosas se deslicen suave pero inexorablemente en una pendiente casi insensible cuesta abajo. Este es el máximo riesgo artístico que, al parecer, se puede permitir el arte dramático hoy en día que intente reflejar el día a día de una sociedad burguesa.
Aderécese de las dosis que se crean convenientes de neurosis, histeria o paranoia y tendremos a nuestro alcance el 90% de las historias que se hacen en nuestro tiempo. El amor es extraño tiene las suficientes cualidades como para dar al espectador inteligente lo que éste anhela. O sea, en el verso de Baudelaire, “calme, luxe et volupté” (calma, lujo y voluptuosidad), en las dosis homeopáticas que son de rigor para nuestros paladares.
El amor es extraño (Love is strange) (2014), de Ira Sachs, se estrenó en España el 7 de noviembre de 2014.