El próximo sábado día 7 en la sala Barts! De Barcelona.
No sé si les ha pasado, pero a mí sí. Es frecuente que cuando hablas con alguna persona a la que todo lo cultural le es ajeno se refiera como “salsa” a cualquier ritmo bailable latinoamericano. No hay, para esta gente, diferencia alguna entre Óscar D´León, Juan Luis Guerra, Chico Trujillo o Los Tigres del Norte. Sólo son capaces de distinguir reggaetón, tango y todo lo que esté cantado en portugués (a lo que se refieren como “samba”) por motivos obvios. Una estrategia que suele ser útil para sacarlos de su confusión (aunque sólo sea temporalmente) es relacionar cada estilo con su país originario. Claro que la cosa se complica cuando llegas a artistas que mezclan en sus discos compases de diferentes procedencias. O que habiendo nacido en un país, hacen música de otro.
Por ejemplo, al llegar a Celso Piña.
El denominado “Rebelde del acordeón” o “Van Halen de la Cumbia” nació en Monterrey (Nuevo León, México) en 1953 y hasta 1988 fue, según el mismo confiesa, un “músico conservador” que llevaba veinte años interesándose por la cumbia y el vallenato que escuchaba a los “sonideros” (organizadores de fiestas populares que colocan bajo pedido una carpa y un equipo profesional de música en cualquier estacionamiento, plaza o mercado) pero que nunca había incorporado estas cadencias a su condición de intérprete. Hasta que se cansó de tocar siempre lo mismo, de la misma forma. Piña lo cuenta así: «En Monterrey, un programador de radio organizó un festival de música colombiana y vallenata. Invitó a 20 grupos, e hizo la lista de canciones que teníamos que interpretar. Cuando me llegó mi turno, la raza estaba furiosa. Quería algo nuevo. Me pasó en un papel los nombres de los temas que me correspondían, y le comenté que las otras agrupaciones ya los habían hecho. Insistió en que debía repetirlos. Y le respondí: ‘¿Sabes qué? Voy a tocar lo que la gente pida y lo que yo quiera’. Agarré la hoja, y la tiré. A lo que contestó: ‘Ah, muy rebelde’. Entonces le dije: ‘Soy rebelde, compadre, pero del acordeón’. Después nos caímos a golpes, aunque ésa es otra historia».
De esta forma, Celso Piña comenzó a fusionar cumbia y rock en lo que él mismo denominó “Cumbia callejera” hasta que en el año 2000 se junta con Julián «El Moco» Villarreal, de El Gran Silencio y deciden grabar un álbum (Barrio bravo) con colaboraciones de artistas del “Rock en tu idioma” como Café Tacvba o Control Machete. De ahí a una inmensa popularidad que le lleva hasta su nuevo cd Aquí presente compa pasando por un segundo disco de colaboraciones en 2009 titulado Sin fecha de caducidad y donde se juntó con Natalia Lafourcade, Ely Guerra, Lila Downs, Álex Lora, Sargento García y Aleks Syntek. De esta forma, Piña mezcla cumbia, vallenato y rock con el reggae o el hip hop en canciones como Cumbia sampuesana (el tema favorito de García Márquez), Cumbia de la paz, Como el viento o El tren.
El contagioso ritmo de la “Cumbia callejera” de este autodidacta del acordeón es parte de la banda sonora que el paseante puede escuchar en un “tianguis” de la Ciudad de México acompañando la mezcla de olores, los reclamos de los vendedores y las bocinas de los peseros.
También de las fiestas populares arranca la música de La Troba Kung-Fú, la banda encargada de abrir el concierto del Salsa & Latin Jazz festival del próximo sábado. La agrupación liderada por Joan Garriga y heredera de los míticos Dusminguet parte de la rumba catalana como elemento lúdico para mezclarla con ritmos principal, aunque no exclusivamente, latinoamericanos como el reggae, las habaneras, el vallenato… y la cumbia. Y lo hacen a partir del acordeón que toca Garriga y que convierte a su repertorio (de Clavell Morenet -2006- a su último larga duración Santa Alegría -2013- pasando por A la panxa del bou -2010) en el perfecto complemento de la música de Piña.
Sólo nos cabe esperar que se marquen algún tema juntos. Y que los musicalmente débiles que nombraba al principio de esta crónica se pongan a bailar como si de salsa se tratase.