Juan Minujín, Julieta Díaz, Adrián Suar y Carla Peterson, en «Dos más dos», de Diego Kaplan
Adrián Suar es un total desconocido en España pero en Argentina es uno de los actores y productores más populares y poderosos de la televisión. Es responsable desde 2001 de la programación de “Canal 13” (algo que deberían ensayar nuestras cadenas generalistas para recuperar al público de calidad) y ha producido las series más exitosas de la historia argentina como Poliladrón (1994), Vulnerables (1999) o Los únicos (2011). Dos más dos es una comedia con ocasionales concesiones al vodevil que se revela, antes que nada, como un vehículo para su lucimiento personal. Ha tenido un enorme éxito en su país de origen (casi un millón de espectadores) y ahora se estrena en España convertida, involuntariamente, en icónica al ser el último largometraje distribuido por “Alta Films”.
El intercambio de parejas es una práctica que periódicamente sale del ámbito privado para protagonizar reportajes más o menos escandalosos o eróticos en programas de televisión o publicaciones gráficas mensuales. Se han hecho, así mismo, algunas películas y series sobre el tema: Bob, Carol, Ted y Alice (1969) de Paul Mazurski, Dobles parejas (1992) de Alan J. Pakula; la única temporada de Swingtown (2008) de Mike Kelley, Four Lovers (2010) de Antony Cordier, y se toca el tema en algunas secuencias de Las partículas elementales (2006) de Oskar Roehler y Shortbus (2006) de John Cameron Mitchell. Precisamente en esta última, uno de los personajes que regentan el club swinger donde se desarrolla buena parte de la acción sentencia: “es como en los 60 pero sin esperanza”.
“Sin esperanza”. ¿Es eso lo que les espera a los personajes interpretados por Suar y Díaz cuando su pareja de mejores amigos les comunica que llevan años acostándose con terceros con el consentimiento y la presencia del cónyuge?
Un tema de este tipo es muy difícil de desarrollar (sobre todo en comedia) debido a que el grueso de las situaciones cómicas se producen antes de que el intercambio se consume, la introducción de puntos de giro en la historia puede provocar caer en el moralismo y un exceso de explicitud en las secuencias clave alejarían al espectador natural de la propuesta. El director Diego Kaplan y los guionistas Daniel Cúparo (que escribió la admirable Elefante Blanco -2012- de Pablo Trapero) y Juan Vera solventan con bastante habilidad estos peligros prolongando (quizás demasiado) el primer acto (lo que le da a Suar el tiempo suficiente de lucir todos sus recursos cómicos) ; limitando los puntos de giro al ámbito de lo estrictamente sentimental (aplicando prudentes elipsis en los momentos más débiles de la historia) y centrándose más en un morbo mainstream que en la exhibición cárnico-epidémica (aunque se echa en falta algún desnudo más sin caer en lo que suelen caer las películas españolas de temática similar, claro)
Todo funciona, sobre todo, por el magnífico juego actoral que despliegan sus intérpretes. Al mencionado Suar (perdonándole su exhibicionismo estelar) hay que añadirle la espléndida Julieta Díaz. Algo menos brillantes se muestran Carla Peterson y Juan Minujín aunque hay que decir a su favor que sus personajes, con menos matices y conflicto que los de la pareja protagonista, podrían haber caído en la caricatura y no lo hacen.
Un estupendo divertimento, en suma, que da los elementos suficientes como para una larga conversación posterior con la pareja y/o los amigos en la que habrá que tener mucho cuidado con las “suspicacias”.