En la imagen un fragmento del cartel diseñado por Mónica López Ballesteros para Donde las montañas llegan al mar de Jesús Díaz Morcillo, autor director y protagonista del montaje.
Por Luis Muñoz Díez
Donde las montañas llegan al mar de Jesús Díaz Morcillo, es un trabajo totalmente personal, él lo ha escrito, lo ha puesto en escena, e interpreta a Leo, su protagonista.
Leo es un niño nacido en un barrio de Madrid, semejante a cualquier barrio de extrarradio de cualquier ciudad del mundo, desde sus primeros balbuceos se sabía habitado por una princesa, lo que le obligaba a mentir desde el minuto cero de su consciencia para que no se le notara, y en esa parte inconfesable, no revelada, crece fértil el complejo de culpa de quien sabe que engaña.
Lo anterior obedece únicamente a la mera supervivencia, pero si lo deseado es inconfesable, el inconsciente busca una evasión y un referente, y no hay nada mejor que una cantante que cante a pleno pulmón sus pulsiones a estadio lleno, en este caso el icono de Leo, que le daba pasaporte para salir de su realidad, era Mónica Naranjo.
Ante nuestros padres nos sentimos acreedores siempre, por no darnos lo que esperábamos o no querernos de la forma que necesitábamos, el tema “padres” llena eternidades en las sesiones de terapia de psicólogos y psiquiatras.
Si era difícil ser un niño gay en los noventa, ser su padre tampoco debía de ser un camino de rosas, porque la educación heteropatriarcal enseñaba a sancionar y señalar con el dedo al diferente, con vacíos e incómodos silencios, en el trabajo o cuando entraba en el bar, por ser el padre del maricón.
Donde las montañas llegan al mar es el momento en que se produce el rencuentro de Leo con un padre, en el mismo estado de vulnerabilidad que un bebé, pero con un envoltorio más feo. La desigualdad de una edad con otra puede confundir el lugar que ocupas, porque si por una parte te sientes víctima, por otra ¿quién haría mal aun anciano indefenso?
Leo frisa la treintena y ya ha iniciado la escalera del color, superado que nada es blanco o negro, y que no solo hay una amplia gama de color, ya va percibiendo que el mismo color puede tener lunares verdes o rayas violetas. El asimilar toda la paleta de colores, y sus posibles combinaciones, mitiga el rencor porque entiendes muchas cosas, pero entender no significa aceptar. No hay que perder el pie olvidando el mal sufrido y cual es su fuente, porque el mal arraigado puede seguir provocando, a veces, el mismo desasosiego que en la edad más temprana.
Jesús es un torbellino de colores, y nos presenta un unipersonal en que cuando el público aún no ha ocupado su butaca, él ya está bailando. Su movimiento durará lo mismo que la representación, una forma de reflejar que el tiempo no se detiene, y que únicamente contamos con un presente continúo.
La función es Jesús Díaz Morcillo en estado puro, si en ella hay gozo o dolor es suyo, y lo comparte con toda honestidad. No comete el acto infame de apropiarse del dolor ajeno, una práctica indecente del mal actor. El dolor ajeno se puede representar, jamás apropiarse de él, para el lucimiento personal, con pretensión de consuelo por algo que le ha sucedido a otro.
La historia de Leo Donde las montañas llegan al mar es única, es una confidencia desgranada de una manera totalmente personal por Jesús Díaz Morcillo, maquillado con un antifaz de purpurina y camisa de encaje negro, a ritmo pop y balada italiana, delimitando el lindero entre lo vivido y lo soñado, ahora que puede.
No hay nada más universal que lo singular, porque las vidas comunes están conformadas con unos condicionantes similares.
Donde las montañas llegan al mar se estrenó el 7 de junio de 2021 en los Teatros Luchana de Madrid, más información de fechas horarios y compra de entradas aquí
Dramaturgia y dirección Jesús Díaz Morcillo Reparto Jesús Díaz Morcillo Espacio sonoro Carla Silván Música original AIRE Iluminación Aitor Goenaga Diseño de cartel Mónica López Ballesteros