El amor en tiempos de Internet y las redes sociales se está convirtiendo en una maraña difícil de desenmadejar. Tiene visos de cuestión enquistada y a la vez sostenida en múltiples miradas y manos -que escriben-.
Para recorrer este continente casi desconocido probemos a embarcarnos en un modelo que ya ha probado su buen rendimiento a lo largo de la historia amorosa. Me refiero a don Juan y sus espejos.
Desde luego don Juan no es un desconocido que haya que presentar en sociedad. Más bien es un viejo conocido que nos viene a la mente y nos golpea con un buen batir de sangre en las sienes.
Don Juan tiene la buena suerte de cara y ha resistido todos los trances y vendavales desde hace tres o cuatro siglos. El último don Juan canónico que, cronológicamente, conocimos, al menos en la tradición hispánica, es el Don Juan Tenorio de Zorrilla.
Hace de esto bastante más de un siglo. ¿Qué ha sucedido para que no contemos con otros ejemplares -literarios y a la vez populares- que echarnos al coleto?
El siglo XX no fue de buen augurio para el mito de don Juan. Primero con el auge del hombre-masa en la primera mitad de siglo, las individualidades de tal calibre quedaban anegadas por el río de la humanidad en marcha.
Después llegó el movimiento de liberación de la mujer, y a partir de los años 60 comenzó un periodo de auténtico desmigajamiento de la figura del celebérrimo conquistador. El sexo libre y los anticonceptivos tuvieron en ello mucha culpa.
Don Juan había llegado a nuestros días rejoneado con estoques de sangre, renqueante pero aún digno. Digno representante del hombre occidental en lo ditirámbico, en lo desaforado.
Hay que convenir que todavía tuvo mucho auge en el siglo XX el amor burocrático, el sexo administrativo, paradigma del cual es la figura del probo caballero casado y con familia que se dota de amante fija por un periodo más o menos largo.
Hasta la generación que hoy día ronda la cincuentena, tal paradigma seguía en vigor, bastante baqueteado y con boquetes que anunciaban pronto naufragio.
Muchos de sus paladines se consideraban en su fuero interno prototipos del don Juan, henchidos de un orgullo viril que les hacía semejarse a gallos de corral en altivo cacareo.
Pero don Juan no pertenecía en verdad a esta especie de capones testosteronados, de falo cuasi protésico y almidonado retranque. Desde luego don Juan nunca estuvo casado ni tuvo familia.
Se arriesgaba, y bastante, en sus lances amorosos y sólo tenía ante sí un infierno más o menos mullido: el arribo en sus madureces plenas a algún metafórico monasterio donde llevar una vida de retiro e hipócrita contrición.
En esto último, los adeptos del sexo administrativo tenían igual concepción de los últimos años de la vida. Retiro en familia, rodeado patriarcalmente de hijos y nietos, con una esposa en sordina que no hacía demasiados aspavientos por los pasados pecados de su cónyuge.
Don Juan siempre había sido adepto de la filosofía vital de lo cuantitativo, por sobre lo cualitativo. Contar amantes y contar dineros era para estos ejemplares una característica esencial.
Pero hete aquí que en los primeros años del siglo XXI irrumpe con fuerza lo digital. Y el mundo pasa paulatinamente o quizá bruscamente, del estado sólido al estado líquido.
Lo que antes era seguridad asentada en la experiencia histórica y vital pasa a ser arrumbado por un vendaval de acontecimientos que se suceden sin pausa, frenéticamente, unos a otros.
La Historia pasa a convertirse en historias, en relatos breves que nos noquean cada día dejándonos con una conciencia en la que el tiempo de atención del adulto es cada vez menor.
En la era de lo digital lo cuantitativo es tan sobreabundante y abrumador que fracciona la conciencia de los humanos, asociando casi a cada acontecimiento, a cada historia, a cada post de Facebook, una porción cuasi independiente de conciencia.
Así lo cuantitativo se convierte en una suerte de cualitativo de nueva forma, de nuevo cuño. Si la conciencia en espejo, fragmentaria, se mira y se regodea en cada acontecimiento parcial, la memoria se ocluye significativamente y la realidad se fluidifica.
Si se combinan ambos hechos, disminución de la memoria y fluidificación de la realidad, el hombre deja de ser la medida de todas las cosas para regodearse en un presente y futuro sin contenido real, sin tenor palpable.
Como el azúcar impalpable o el polvo de talco, no podemos aprehenderlo en una unidad indivisible. Siempre se puede caer a pozos más profundos y oscuridades más opacas. Ahí murió el hombre como medida de todas las cosas.
Tampoco es hombre-masa, pues al no haber reales individuos no puede haber cohortes bien formadas donde la individualidad quede anegada por el número. En nuestro tiempo el número está en el interior de la apariencia de individuo que seguimos guardando todavía.
¿Y don Juan? El paradigma del amor hoy en día es el masturbatorio. Montamos gigantomaquias de masturbación cuando tenemos alguna historia amorosa real, no virtual. De ahí la irrupción enardecida del narcisismo.
Nuestro tiempo es narcisista, pero está poblado de narcisistas que aman un sí-mismo inexistente. Como hemos visto la conciencia se ha fragmentado y tiende a lo infinitésimo. Cada fragmento de sí que ama el narcisista está tendiendo insensiblemente a transformarse en otro fragmento en el mismo momento en que posa su mirada sobre él.
Así el narcisista de hoy en puridad no se ama a sí mismo, sino al río, a la corriente en que se refleja. Y esa corriente está formada de todas las experiencias de su vida en las que se incluyen fragmentos de vida de sus amigos y amigas de Facebook, por ejemplo.
Eso le propulsa hacia los demás al mismo tiempo que hacia lo que queda de sí mismo. Se quiere, se desea, todo ¿Consecuencia? Todo el mundo puede ser, es de hecho, don Juan. Y doña Juana, dada la igualación sexual a la que hemos propendido.
Amamos reflejos en el espejo. Pero el espejo está roto, estallado en mil trozos que nos remiten a mil imágenes simultáneas. Un don Juan antiguo se caracterizaba por correr en pos del espantajo de la mujer, sucesivamente, una tras otra. A cada nueva conquista era desechada y vuelta a empezar, indefinidamente.
Pero si amamos mil imágenes simultáneas, los don Juanes y doñas Juanas son seres cualitativos preferentemente, no corren una carrera por etapas sino que son a la vez todos los corredores de la maratón.
La maratón es masiva, pero no es masa. Al correr, se desgajan una y otra vez fragmentos, corredores que son atrapados una y otra vez por el conjunto que pasa así por cada uno de los corredores y las corredoras.
Veamos un ejemplo de doña Juana. Una poeta de cierto éxito, con un par de miles de seguidores en Facebook, amasados a base de tino y buen ojo a la hora de colgar sus posts diarios.
Fotografías bien escogidas con un texto esencializado y bien trabado. Versos que tienden a convertirse en aforismos, píldoras de meditación y fantasía o fantaseo. Al modo de un ítem de un test proyectivo (esto es, en psicología, prueba que intenta a partir de pequeños estímulos excitar al sujeto que lo responde para que muestre facetas diversas de su personalidad) que mueve y conmueve a sus amigos y amigas a titilar sobre sus experiencias más íntimas y más placenteras.
Corolario de los comentarios sobreabundantes en este muro para cada uno de sus posts, -que bien pueden ser más o menos encendidas loas a la persona de la poeta-, mensajes privados inflamados de varias docenas de admiradores que quieren hacerse un hueco en su vida y en su cama.
¿Son reales estas experiencias? Quiero decir, ¿pasarían la prueba de la realidad, de un encuentro cara a cara en una charla de café? Muchos de ellos no, ciertamente. Son meros devaneos fantasiosos y de índole claramente masturbatoria.
Unos pocos sí pasarían la prueba de fuego, pero ello no va a ocurrir con toda seguridad pues esta poeta vive aislada del mundanal ruido y recluida en un palomar abierto a todas las wifis.
Las Mil y una noches son un referente claro de este relato. La poeta es Scheherezade independizada y de vuelta de los sultanes de este mundo. Mil y uno subrelatos son propiciados por ella al lanzar el anzuelo que va a ser mordido con total seguridad.
Pero el único sexo que está asegurado es la masturbación. Y en forma cada vez más espaciada pues la fantasía masturbatoria, procedente de lo virtual, de sus miles de amantes potenciales, se convierte en una irrealidad cada vez más alejada de la mano y concentrada en la vista.
En efecto, la lectura de los comentarios a sus posts como la lectura de los vídeos pornográficos, pongamos por caso, atrapa en su visualidad omnicomprensiva el movimiento cuasi unidireccional de la mano.
Son tantos y tan cercanos los estímulos que se ofrecen a doña Juana que su respuesta tiene que ser por fuerza refugiarse en su conciencia fragmentada y fluir con ella. Y si fluye, ya cada vez menos puede detenerse en un placer medido en cuantos orgásmicos. La física cuántica del placer se ve sustituida por una antiquísima física heracliteana.
Mirar y mirarse en el río que nos lleva es nuestra actividad principal en este mundo de miríadas de gotas de agua que confluyen en una corriente potente y vivificante que lleva por nombre el de era digital.
Esto nos lleva a un nuevo mundo poblado de singles, ellos y ellas. Vivirán en sus minúsculos apartamentos-hormiguero y se alimentarán de parejas ocasionales y fantasías.
Tendrán que reconocerse en mundos cada vez más interconectados pero sutil e indefectiblemente separados entre sí. El encuentro virtual será cada vez más preponderante y dará lugar a juegos y orgías bíticas.
Reconocerse siempre ha sido problemático y tarea que ha llevado a devanarse las entendederas de mil poetas y pensadores a lo largo de la historia. Por primera vez estamos a salvo, nos reconocemos mutuamente instantáneamente.
Con el precio a pagar de que la distancia física se hace insalvable. Ya cada vez más gente se apacienta en su célula resguardada del mundo externo e irritante. Como Proust viviremos en habitaciones aisladas con el corcho de nuestras percepciones e impresiones más sinceras e íntimas que nos condenan a vivir ensimismados.
En una utopía, o distopía, bien amable, estaremos atados a nuestros sillones autoportantes que nos trasladarán de aquí para allá, dentro de nuestras casas y, con grave riesgo psíquico y emocional, alguna vez al exterior de nuestros recintos vitales.
Pero naturalmente nada de esto ocurrirá. Como siempre ha pasado a lo largo de la historia, los callejones sin salida siempre se han acabado abriendo de par en par para que corra el aire y entre la savia vivificadora de la realidad siempre distinta a nuestras elucubraciones.
La lectura del futuro siempre nos ha estado vedada. Como viene bien recordar aquí, en uno de los primeros ejercicios de futurología, hecho a mediados del siglo XIX, se extrapolaban las curvas de crecimiento de circulación de carruajes por las calles de Londres y se concluía que los londinenses acabarían anegados por las deyecciones de las bestias de tiro a mediados del siglo XX.
Naturalmente, se inventó el automóvil, pero esto ya es otra historia.
Pedazo de relato/alegato de un presente tan excelso de virtualidad como falto de carnalidad.
Ni en mis peores pesadillas, pude alcanzar a entender que los tiempos así nos llevarían, a una velocidad de vértigo, por espacios llenos de voces sin gentes. Como si el mundo lo cubriera el gran manto de las redes, ya nada será lo mismo. Ni los que se creen a salvo, lo están, no hay escapatoria ni para los don juanes ni las doñas. Llegados aquí, ahora qué??? EL DILUVIO EN RED. RT-080215-8h.