Allí estaba Mariona. Blanca, rubia, carnosa y muerta
Con esta impactante frase comienza Don de lenguas. Enseguida averiguamos que Mariona Sobrerroca, una conocida viuda de la burguesía catalana ha aparecido asesinada en el interior de su lujosa mansión en el Tibidabo, propiedad de su difunto marido, el eminente doctor Jerónimo Garmendía.
La acción transcurre en la Barcelona de 1952, pocas semanas antes de la celebración del Congreso Eucarístico, primer acontecimiento internacional que se celebra en la España de Franco. A lo largo de la narración, iremos conociendo personajes y hechos reales de la Barcelona de los 50, en un ambiente político y social que la prensa censurada y los funcionarios del régimen pretenden presentar como feliz ocultando cualquier suceso que pueda alterar la paz triunfal de una sociedad que dista mucho de haber cicatrizado las heridas de la guerra.
En la ficción, Joaquín Grau, implacable fiscal y brazo ejecutivo del Gobernador Civil, asigna el caso del asesinato de Mariona a un hombre de su confianza, Isidro Castro, inspector de la recién creada Brigada de Investigación Criminal en la que se vive un ambiente tenso entre los propios policías debido a la desconfianza y el temor generalizado a caer en desgracia ante los mandamases del régimen. Por otra parte, la joven periodista Ana Martí Noguer, hija de un periodista represaliado por su oposición al bando nacional, hermana de un fusilado en 1934 y nieta de un periodista republicano, intenta ayudar a la supervivencia de lo que queda de su familia aportando un modesto sueldo cronista de sociedad de La Vanguardia, empleo obtenido gracias a un antiguo compañero de su padre, actual Redactor Jefe de Sucesos que le encomienda la misión de informar sobre el caso de la viuda asesinada.
Tras una desconfianza mutua inicial, el inspector Castro descubre que la actividad de la joven como cronista de sociedad resulta sumamente útil para entrevistar y obtener testimonios de algunas señoras de la burguesía catalana y Ana obtiene su respeto y aprobación al observar y señalar con lucidez e inteligencia diversos detalles que pueden ayudar a aclarar el crimen, por ejemplo, los comentarios sobre la existencia de un “galán” en la vida de la viuda.
En el transcurso de la investigación van apareciendo diversas pistas que, a veces conducen a situaciones sin salida, pero Ana, con la ayuda de Beatriz Noguer, una filóloga pariente lejana de su padre y de su sobrino Pablo, joven abogado penalista en ejercicio, poco a poco va desgranando suposiciones y certezas que, junto a la labor detectivesca del inspector Castro contribuirán a esclarecer el caso no sin antes llegar incluso a poner en riesgo su libertad y su vida.
La trama es coherente, está bien construida y se suceden diversos climax para llegar a un final satisfactorio con romance incluido. Nada que objetar a este relato policial entretenido pero se echa de menos algunos recursos más personalizados. Por ejemplo, las autoras, filólogas ambas, han incluido un personaje principal, la tía Beatriz, que supuestamente contribuye con sus conocimientos a resolver la intriga pero sus aportaciones son tan básicas que no llegan a enriquecer la trama, ni consiguen un interés añadido como las recetas de cocina que utilizaba magistralmente Vázquez Montalbán; en su serie sobre Pepe Carvalho, tampoco las frases shakespereanas que utiliza el inspector Castro son un ingrediente que aporte profundidad al personaje del inspector, ni los comentarios sobre la situación política y social de la época contienen información relevante o que no hayamos leído antes. En resumen: una trama policíaca original en un contexto tópico sin la tensión emocional suficiente para involucrar al lector. Muy lejos de la sencillez, ironía y sentido del humor de un maestro indiscutible del género como Eduardo Mendoza.
En un mercado editorial inundado por detectives, policías o investigadores suecos o nórdicos, con relatos ambientados en sociedades muy distintas a la
nuestra, es de agradecer que las editoriales españolas publiquen autores españoles que nos cuentan historias nuestras, pero tampoco creo que sea aconsejable no hacer una selección algo menos superficial. Es muy probable que Rosa Ribas y Sabine Hofmann hayan disfrutado de su DON DE LENGUAS escribiendo conjuntamente este relato protagonizado a su vez por dos mujeres que trabajan en equipo y les felicito por el resultado obtenido pero yo, nacida en Barcelona y apasionada lectora de cualquier género de narrativa actual y anterior, española o extranjera, para disfrutar de un libro necesito que su lectura borre cualquier otro pensamiento o cualquier suceso que ocurra a mi alrededor. Qué le vamos a hacer.. Una es así de intensa pero que cada cual se entretenga con lo que quiera.
Don de Lenguas, de Rosa Ribas y Sabine Hofmann, Siruela Policiaca