Sin ninguna duda, The Act of Killing es una de las obras maestras del cine documental de este siglo XXI. Producida por dos cineastas del calibre de Werner Herzog y Errol Morris, el filme dirigido por el norteamericano Joshua Oppenheimer denunciaba la crueldad de la dictadura de Suharto, responsable del asesinato de más de un millón de personas en menos de un año a mediados de los años sesenta. Bajo la acusación de comunista, se aniquiló a campesinos sin tierra, sindicalistas o intelectuales que se enfrentaban al régimen militar. El realizador estadounidense reconstruía en la cinta el genocidio a través de sus asesinos, que lejos de ser castigados por sus crímenes, vivían plácidamente en un país donde seguían controlando la mayor parte de las instituciones más de cuatro décadas después de aquella masacre. Casi como si fuera un pasatiempo, aquellos criminales revivían sus fechorías como si se trataran de películas de género. Gran parte de ellos se escudaba en su lucha contra el comunismo para justificar lo injustificable.
Ganadora del Premio del Público en el Festival de Berlín y candidata al Óscar al Mejor Documental, el largometrajes dejaba al espectador mínimamente sensible en estado de shock, pasmado ante la crueldad de los asesinos y la impunidad con la que vivían en el país donde habían perpetrado crímenes contra la humanidad.

El hermano de un hombre asesinado durante el genocidio indonesio es uno de los protagonistas de La mirada del silencio.
Grabada casi al mismo tiempo que aquella maravilla, La mirada del silencio se convierte en su complemento perfecto. Oppenheimer se centra en esta ocasión en aquellos que sufrieron el terror del gobierno militar. El realizador sigue los pasos del hermano menor de uno de los asesinados, nacido después de su muerte, que se enfrenta a los responsables del fallecimiento de su familiar. Lo hace doblemente: viendo perplejo y en silencio las grabaciones de Oppenheimer, donde los genocidas cuentan sin asomo de arrepentimiento sus crueles torturas, o entrevistándose directamente con alguno de los responsables directos o indirectos de su asesinato. A pesar de los intentos del protagonistas por lograr de sus interlocutores algún tipo de explicación o arrepentimiento, la mayoría de ellos justifica su labor como parte de una particular guerra contra el comunismo. Solamente la hija de uno de los matarifes y una de las esposas de los ejecutores, casi obligada por la situación, le pedirán perdón por las fechorías que cometieron sus respectivos parientes.

En La mirada del silencio, el hermano de una víctima del genocidio se entrevista con los asesinos de su familiar.
Como ya ocurriera en The Act of Killing, Oppenheimer logra una película tensa y angustiosa que huye de lo obvio, como constata que el director y guionista haya aprovechado la profesión de oculista del protagonista como un elemento nada gratuito de la película. Al fin y al cabo, el hermano de la víctima trata de lograr que los asesinos vean claramente la realidad de la manera más clara posible, ya sea de la manera más obvia, a través de unas gafas, o de unas preguntas que les permitan ser conscientes de sus actos pasados.
Por otra parte, el realizador norteamericano muestra las consecuencias que aquel régimen todavía tiene en los indonesios. La mayoría de las familias de los represaliados vive en la pobreza y las nuevas generaciones han sido educadas para considerar a las verdaderas víctimas como culpables de aquella situación.
En resumen, La mirada del silencio se erige como otra obra maestra del documental que volverá a dejar a los espectadores casi en estado catatónico. A tenor de lo visto en pantalla, no extraña demasiado que el filme haya logrado el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia y el Premio del Público en DocumentaMadrid 2015.