Por NACHO CABANA
¿Cómo son los lugares donde se han cometido un crimen cuando la policía ya se ha ido, cuando ya nadie investiga, cuando están en ruina? ¿Qué se siente al visitar una fosa común donde se desenterraron docenas de cadáveres y sobrevuela en el lugar la sospecha de que aparecerán más con solo escarbar?

Un apartamento donde han sido asesinadas cinco personas (entre ellas un periodista que llegó a la Ciudad de México huyendo de la venganza del narco en Veracruz) es, meses después y desde fuera, exactamente igual al que el que tiene por encima y por debajo. Un río que apenas puede considerarse tal mientras hay luz de sol, se convierte por la noche en el vertedero perfecto para deshacerse de la última mujer secuestrada, violada, descuartizada en Ecatepec a pocos kilómetros de la capital administrativa del país. La plaza del mercado en Ciudad Juárez donde desaparecían cada noche mujeres que no volvían a aparecer vivas sin que nadie pusiera nunca cámaras de vigilancia, es exactamente igual que todos los mercados de todas las ciudades de México.
La banalidad de mal, otra vez.

Soles negros de Julien Elie es un documental en unos axfisiantes blanco y negro y 4:3 que tiene la ventaja de estar dirigido por un canadiense, lo que aporta una visión ajena y (ligeramente) más didáctica de la ola de violencia que asola México desde que Calderón lanzó su infame guerra contra las drogas en 2006 (aunque las raíces del horror se ubican mucho más atrás). Un avispero inconscientemente agitado (o explosionado en complicidad con uno de los grandes cárteles) aún hoy, difícilmente controlable. Donde había dos bandas operando ahora hay 40; donde solo existía el tráfico de drogas, ahora están la extorsión, el secuestro, el tráfico de migrantes y de mujeres.

Soles negros está dividido en seis capítulos que cuentan seis diferentes episodios de violencia (todos con el común denominador de la desaparición de inocentes) ubicados en seis diferentes ciudades de la República Mexicana (Ciudad Juárez, Ciudad de México, Ecatepec, Veracruz, Tamaulipas y Guerrero) y protagonizados por los periodistas (que, contra viento y marea, luchan porque no caigan en el olvido) así como familiares y amigos de las víctimas. Pero su principal mérito es que Elie lo ha grabado en los lugares del horror cuando éste ha cesado o simplemente espera a que caiga la noche.

Probablemente Soles negros se disfrutaría más en formato serie que en el actual de largometraje. Dura 154 minutos y, aunque su director erige un discurso muy coherente (prueba de ello es el estremecedor plano final) pierde parte de su fuerza por simple acumulación de las dos horas.

También hemos visto en el Docs Barcelona 2019 (el veterano festival de documentales de la Ciudad Condal que se extenderá hasta el próximo sábado 25) Flow del chileno Nicolás Molina. Se trata de una película puramente observacional que contrapone el trayecto de los ríos Ganges y el Bíobio a partir de las comunidades que habitan en sus orillas. Molina junto a su esposa y sonidista, pasaron dos meses y medio en la India y otros tantos en su país natal buscando en el segundo situaciones y paisajes similares a los grabados en el primero. Llegaron a montar su minicámara sobre una balsa hecha con bolsas de plástico, echarla al río para así grabar la vida en la orilla al ritmo del fluir de éste y correr por la orilla metros más abajo para poder recuperar su herramienta de trabajo.

Se esfuerza Molina en que el espectador no distinga lo que está grabado en cada país y el resultado es tan sencillo como consecuente con la frase con que lo presentó antes de su pase en el Docs Barcelona: “no hay mucho que entender”. Lleva razón.