A las historias sobre secuestros les pasa lo mismo que a las narraciones de superación personal, prostitución o malos tratos: suelen caer en la previsibilidad. Aunque los protagonistas y sus circunstancias personales, profesionales y sociales varíen de uno a otro, la dinámica de los acontecimientos que vertebran los diferentes relatos suele ser parecida. Es labor del escritor (o cineasta) encontrar un punto de vista, un enfoque que las haga distintas. En cine lo consiguieron, por ejemplo, Iciar Bollaín en Te doy mis ojos (2003) o Isabel de Ocampo en Evelyn (2012). Y lo consigue Francisco J. Cortina en este Distrito Federal, historias de un secuestro editado por Alrevés y originalmente publicado en México con el más específico pero tampoco demasiado inspirado título de La chica IBM.
Cortina esquiva los lugares comunes a partir de la traición de las expectativas que él mismo se encarga de crear. El escritor dispone en cada momento los elementos de su relato para que el lector (inducido por otras narraciones previas similares) crea que va a ocurrir algo concreto y en lugar de eso sucede lo opuesto llevando así la historia y los personajes a un punto inédito en el que se vuelve a crear la ilusión de previsibilidad para volver a esquivarla y así sucesivamente hasta alcanzar el desenlace sin perder, y esto es también un reto importante, la credibilidad.
Además, detona Francisco J. Cortina los sucesivos motores narrativos que le permiten construir su novela al modo del Iñárritu de Amores Perros (2000) o 21 gramos (2003). Un accidente, un hecho casual y desgraciado sirve para presentar a los diferentes personajes de su polifónico relato esquivando la casualidad a partir de la dilatación del paso de tiempo y recurriendo a ésta como tema y no como (facilona) herramienta narrativa.
Construye así Cortina en su segunda novela (pero la primera que se publica en España) un retrato de un país (México) y una ciudad (el DF) que ha acabado por asumir el secuestro como un hecho cotidiano. Un delito éste que en España asociamos a ETA y por tanto al terrorismo pero que allí puede afectar a cualquier ciudadano sin que la víctima tenga ni responsabilidad pública ni una fortuna particularmente relevante.
Es, eso sí, la de Cortina una visión del país azteca y de la segunda ciudad más poblada del hemisferio occidental realizada desde dentro. No es la suya la mirada de un extranjero sino de un chilango que relata un entorno que conoce bien. Y ama. Y odia. Y lo vuelve a amar.
Choca la honradez del cuerpo de policía encargado de resolver el secuestro y sobra un epílogo que sella con tragedia lo ya sugerido al final del último capítulo.
Una excelente novela que merece destacar en el irresponsable aluvión de publicaciones en que se ha convertido el mercado editorial español.
Por NACHO CABANA