La democracia española se fraguó antes en los quioscos que en las Cortes. En los periódicos, en las revistas colgadas con pinzas para que todo el mundo viera lo que pasaba… Pero qué voy a decir de esto, que ustedes, que han comprado la vida y el diario, no sepan.
Los hilos de la vida también tienen un destino trágico. Y más en un país de pobres.
Diccionario enciclopédico de la vieja escuela (ya le vale con la dimensión) es una especie de himno categórico a la vida verdadera y de fábulas y mitos (especial incidencia en Editorial Bruguera, paralelismo entre España y Mortadelo y Filemón), una maniobra de acción, ironía (A través de los hijos de los matadores queda plasmada la evolución contemporánea del toreo, y por tanto de España. Porque lo que dista de Miguel Bosé a Paquirrín no es otra cosa más que la Transición personificada de cabo a orejas y rabo), humor (Es peligroso ser humorista, los mejores se juegan la vida, y por eso, ya hemos visto, es uno de los oficios más serios del mundo. Cuando alguien mata a un humorista, no es para que deje de dibujar o de escribir o de contar sus ocurrencias, sino para que los que quedamos vivos dejemos de hacerlo. Pero nunca lo consiguen. El terrorismo odia la risa. No puede con ella, porque el ruido de una bomba puede menos que el estallido de una carcajada.), literatura anecdótica, política; sociedad, pobres, personajes y freaks de todos los colores. Si bien aunque soy más experimental y avezado consumidor de la posmodernidad, es decir de las novelas de bulímicas, señores que ven unicornios blancos y niños pensadores repelentes de vanguardia, me decidí por esta cosa tan tradicional como el cocido madrileño y el pa amb tomàquet que viene a ser DEDLVE por un motivo aparente: la prosa de Javier Pérez Andújar fluye de una manera estomacalmente ligera. Etérea. Aunque consigue mostrar las entrañas. Tal como si el caldo de pollo causara indigestión.
Umbral decía que, en España, morirse es de mal gusto porque revela poca talla intelectual, y que entre los españoles la muerte da frases de lo más vulgar, del tipo: <<Pero sí ayer mismo me lo crucé por la calle>>.
… también decía que la muerte española es muerte de toro. A lo mejor por eso hay gente que quiere prohibir los toros cuanto antes.
Podemos mencionar la palabra nostalgia, pues Javier es un tipo que te quiere contar todo el rato las cosas que ha vivido, los cómics que leía, los quioscos, la gente del barrio que veía, y las movidas de su pueblo, habitualmente cribando entre el costumbrismo doméstico y el de ponernos estupendos en la intimidad, en esa dimensión de la literatura de chimenea confiada a la historia viva del país, sus protagonistas y la amplia temática de lo tradicional y folclórico, y el consecuente destello del ensayo y la crónica de Umbral: chispazo, no búsqueda acérrima. Hay elementos diferenciales. Ciertas épocas y ciertas vanguardias.
Diccionario enciclopédico de la vieja escuela tiene pretensiones humildes (muy agradecido), muchos espejos retrovisores y una factura extraordinaria quizá muy relacionada con la abnegación y el sacrificio del novelista (pobre), armada con la exploración del sentimentalismo de todo un país. Quicir es un libro muy Busquets (futbolista); resistencia y talento, no son habituales los repuntes de la marea, y juega solo, en función de una dirección, autopista a Las Vegas, y no de la búsqueda de estaciones de servicio de la inspiración, por tanto un libro currante, de oficio y que ha de ser leído buscando un destino.
La literatura viene a ser una notable reclamación de la memoria de todos los personajes muertos y los que pensábamos que también eran exánimes y resulta que están vivos. Es interesante que el hombre muerto y la escena muerta vuelvan a perdurar por unos días en nuestra cabeza. Llorar riendo mientras llega el final viene a ser la Literatura y toda esa genial crónica de la memoria.
La literatura de Javier Pérez Andújar en cierta manera viene a ser la última escala del acervo y la tradición, que nace con Lope de Vega, Quevedo, Góngora (y los puteos de Quevedo), Tirso de Molina, etcétera, el Siglo de Oro, envuelve a Galdós y Umbral.
Ahora Umbral tiene más escritores que lectores, más gente que quiere escribir como Umbral que leerlo, pero es que Umbral es un modo de ser literatura. Tóxico. Caer en el umbralismo no es una forma de adición, es un tipo de perversión. Umbral significa todo lo que es un escritor al principio y debiera serlo hasta el final: la soledad.
Umbral convierte la literatura en complicidad profunda. Se inmola en cada libro suyo porque quiere que le leamos como a un santo. Su literatura es una cruz invertida a la que él se clava en sacrificio de sangre y carne.
Abraza a Poe.
Poe es el escritor de miles, millones de adolescentes, lectores nocturnos, que acaban de llegar del cine y saben que la cama es el sitio de pasar miedo. Si lo has leído así, no hay escapatoria, hermano. Yo lo llevo metido en las venas como una semilla del diablo.
Colisiona con su propia generación y juega el siglo XXI de Internet.
Un internauta es un solitario que por antifaz lleva una pantalla. El internauta es alguien que ha pasado al otro lado del cristal como Alicia se coló por el espejo. Se da un hablar, una comunicación con los espectros, por parte del internauta, y éstos se lo manifiestan para decir que sí, que existen, que son reales, y le golpean en los ojos con el brillo del monitor y en el cerebro con los misterios de Internet.
El ordenador es una bola de cristal a la inversa, que convierte en espíritus a gente que realmente existe.
La veleidad, el hijoputismo y la conciencia social, con un espejo retrovisor abatible y máquina de escribir Underwood. Ha merecido la pena.
Pero como aquello de ponernos a leer tebeos en la cama mientras la gente hacía cola en las panaderías y los militares tocaban la trompeta, como eso, no hemos vuelto a hacer nada tan verdadero.