Cada cierto tiempo, la Historia se pone generosa y nos entrega a hombres que han sido capaces de más, de mucho más, que sus contemporáneos. Puntas de lanza que abren con sus pensamientos y acciones la diferencia dentro del acontecimiento. Los hay más ilustres y menos, o lo que es lo mismo, más o menos promocionados. Pero también hay empresas que marcan más que otras, seguramente por la violencia que desencadenan. Por ello, no es de extrañar que en la foto siempre salgan los mismos: aquellos que encienden batallas, aquellos que arrojan a los hombres a morir. Sólo así erigen el pedestal que los eleva más alto y que los pone más en primera fila. Pero el filósofo, ese animal tan extraño, acostumbra a moverse por las partes en sombra de la Historia, ahí siembra, ahí deja lo pensado y lo escrito, y sólo quien hace el esfuerzo de caminar por ese oscuro margen, encuentra otro tipo de batalla, otro tipo de combate, cuya mayor gloria es la imposibilidad de cierre.
Uno de esos caminantes en
sombra, es Sylvain Maréchal, un hombre que vio por primera vez la luz de este mundo en 1750, en París, para luego perderla para siempre en 1830. Esta alfa y omega biográfico le sitúa dentro de uno de los acontecimientos más importantes que ha conocido el Mundo Moderno, la Revolución Francesa. A ella, él, a las fuerzas que desencadenó, se entregaría de forma lúcida y radical, ya que no dejó que ni un segundo de ese giro histórico se derramara. Y su pluma y sus actos, se pusieron al servicio de la parte más radical: los sans culottes. De este compromiso nacerá el Manifiesto de los iguales. Pero también, y en términos de acción, la participación en la ‘Conjura de los iguales’ y la posición de miembro fundador de la ‘Sociedad de Hombres sin Dios’. Y en Definitiva, el Diccionario que ahora tenemos entre manos, bien podría ser el alimento conceptual de esa Sociedad tan extraña -no se confundan- aún para los hombres.
En este Diccionario, cuyo nombre completo es Diccionario de los ateos antiguos y modernos –aunque la editorial Laetoli ha optado por reducirlo a Diccionario de ateos- podemos distinguir dos partes. En la primera, Maréchal se ocupa de responder a la pregunta ¿qué es ser ateo?, empeño que se justifica en la necesidad de definir claramente en que consiste esa extraña posición vital, así como mostrar que aquello que de los ateos se ha dicho, y que la mayoría de las veces ha salido de boca de los cristícolas, es radicalmente falso. ¿Cuál es esa difamación de la que el ateísmo debe ser liberado? Pues aquella que reza que sin Dios todo está permitido, es decir, que sin ese Padre Todopoderoso y esa Religión que lo administra es imposible tanto el bien como la virtud. Un ataque que hiere bien y profundo, ya que la amenaza que guarda es ni más ni menos que la promesa del hundimiento de los hombres en el caos más absoluto. Pero la defensa de Maréchal es sencilla, ya que no sólo el bien y la virtud sin Dios son posibles, sino que éstas se tornan más urgentes y necesarias: el hombre sólo debe responder ante los hombres, no hay justicia ultraterrena, todo el bien del que somos capaces debe realizarse aquí y ahora. En resumidas cuentas, nada se debe esperar del Cielo, todo se debe conquistar en la Tierra:
Sacad provecho de los errores de vuestros padres y no sacrifiquéis las cosas a las palabras, como hicieron ellos. Ocupaos de vuestros propios asuntos y vigilad a quienes habéis encargado que se ocupen de lo que concierne a la esfera pública, porque tales individuos prefieren que la gente mantenga constantemente los ojos clavados en el cielo, ya que así no presta atención a lo que de verdad ocurre en la Tierra.
La idea de un Dios capaz de recompensar en el otro mundo a quienes han sufrido en éste distintas tiranías, que se halla grabado a fuego en el cerebro de los gobernados, resulta un cojín comodísimo donde los gobernantes puede dejar que repose su cabeza.
La segunda parte de este Diccionario, son las entradas que lo componen, y cada una de ellas es la tesela de un todo claro y unívoco. Ahora bien, este Diccionario, como nos avisa la profesora de la Sorbona Stéphanie Roza, “no es un catálogo biográfico de los ateos más ilustres de la historia”, sino que a través de nombres, definiciones y localizaciones busca dar un rostro al ateísmo, fijar la línea fuerte de lo que éste debe significar. Pero hay más, porque Maréchal, y tal vez es uno de los puntos más jugosos de la obra, no sólo se contenta con definir y afilar el ateísmo a través de las entradas que conforman este Diccionario, sino que también, y con una sutileza y una picardía que alegran, introduce definiciones y afirmaciones propias del bando de la ortodoxia católica, haciendo que ésta se contradiga y se ponga en un brete. Y es que Maréchal lo tiene claro, la guerra no es sólo contra la idea de Dios, sino también contra lo que ella implica, es decir, su uso entre los poderosos para doblegar y someter, porque ahí es donde la quimera Dios conquista su realidad y se hace realmente poderosa y dañina. De este modo, el ateísmo se revela como una posición ante todo política.
Pero lo mejor de este Diccionario queda aún por decir, ya que a nivel estilístico su lectura es un placer: afilado, porta un humor realmente sutil, un no-sé-qué que hace que avance como un relato que lejos de aburrir, sobrecoge y emociona. Lo que hace de este libro una pica luminosa en esa batalla sin término que a pesar de librarse en la sombra de la Historia, no lo olviden, la determina de manera radical.
Diccionario de ateos, Maréchal, Laeotoli: 2013, Traducción de Javier Mina Astiz.



