Diario Nómada, Jose Antonio Pamies

Diario Nómada, Jose Antonio Pamies

diario nómada pamiesUno, como lector impenitente, funciona casi siempre exactamente al revés de como se esperarían los avezados directores de marketing editoriales, es decir, huye como de la peste de los libros premiados. Algunos dirán que es una pose, que es una expresión del resentimiento que acumulas por tu absoluta falta de éxito, tu particular venganza por no subir nunca al estrado para repartir agradecimientos, etc, etc, etc. Me da igual. Es la puta verdad. Huyo como de la peste de los libros premiados. Y lo hago por una mera cuestión de economía de recursos. En una sola vida no tengo tiempo para leer lo bueno, así que como para dedicarme a lo mediocre. En cualquier caso si algún día soy premiado con algún tipo de honor que vaya más allá de poder adquirir tres envases de fairy ultra por el precio de dos en el Carrefour les doy mi palabra de que huiré de mí  mismo como de la susodicha peste.

Dicho esto vamos a lo que nos ocupa.

He leído el poemario de Jose Antonio Pamies, “Diario Nómada”, distinguido con el II Premio Internacional de Poesía Círculo de Bellas Artes de Palma y me he encontrado con un puñado de buenos poemas, algunos realmente buenos, que no acaban de levantar el vuelo, rodeados como están, de un tono general un tanto tópico y me temo que por eso mismo muy premiable.

La primera estrofa del poema que abre el libro es rotunda, prometedora:

“Escribir con el hueso en la palabra

y dejar restos de carne viva en el papel,

saciar la incertidumbre de estar vivo

en cada poro del poema.”

En ella me parece percibir una cierta poética de la crudeza. Una necesidad de poetizar a martillazos de sangre.  Pero también me encuentro, todavía en germen, con una idea que va a ir haciéndose peligrosamente más grande a lo largo que avanza este diario nómada: la concepción de la poesía como un puerto de refugio, como un lugar donde “saciar la incertidumbre de estar vivo”.

Muy al contrario, yo siempre he querido pensar en el poema como una forma de ahondar con alegría en la herida. La trágica alegría del que nunca tiene suficiente incertidumbre y quiere seguir abriendo espacios de zozobra donde embriagarse. Es la poesía siempre al servicio de más vida, de más sed, de nuevas y deliciosas transgresiones del instinto de muerte, ese que fabrican en serie y encuadernan los traficantes de premios.

Por eso me temo que los señores del jurado no pueden dejar de admirarse ante versos que a mí me parecen almibarados y vacíos de contenido,  peligrosamente inofensivos:

“Porque eres, oh poesía, tristeza dichosa,

candil prendido en el espejo siempre

al volver del coliseo.

Eres sin más, incandescente flor,

lo único que permanece intacto,

lo que queda.”

Esto es lo que yo llamo poesía premiable: Lirismo hueco, fatigado de encontrarse en los espejos, anémico…

Y que conste que, como decía al principio, sobresaliendo aquí y allá de ese panorama de versos académicamente tiesos, aparecen de vez en cuando pequeños fuegos de una voz que me parece capaz de iluminar el texto. Apuntes de una conciencia que se libera del fraude de la solemnidad poética y que llega por eso mismo a ganar una altura desde la que casi me la imagino riéndose de sí misma:

“Noqueado de amor

en una esquina del ring,

con la intacta hechura

de un púgil principiante

que no sabe por qué boxea.”

Echamos de menos a ese púgil, compañero.

Autor

Javier Cristóbal es madrileño, psicólogo disidente y profesor de Integración Social. Ha publicado los libros "Genealogía de lo Imposible" (Vitruvio), "Feroces de Pensamiento" (Vitruvio), "La hospitalidad de la intemperie" (Amargord) y "Heterotopías" (Amargord).

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