Si no hubiera tenido uno de esos despistes míos, la cosa habría sido más grave pero por fortuna aquella mañana acudí a nuestra cita con el chaleco mal puesto: la parte de la espalda delante y la parte de la pechera atrás. Con estas pintas estuve esperándote en la puerta de la Facultad de Filología hasta que me convencí de que no ibas a aparecer.
Lo reconozco, aquella mañana casi pierdo el corazón. Estuviste a punto de rompérmelo pero, como he dicho, me puse el chaleco al revés y ese acto tan absurdamente mío terminó por salvarme la vida. Tampoco quiero que pienses que es fácil vivir con la espalda rota: los ojos pierden sus raíces, las ideas se quedan sin pétalos y de pronto te encuentras durante semanas arrastrándote dentro de tu propia piel.
Luego un día, el que menos te esperas, las cosas mejoran. Entonces te vuelven las ganas de todo y el miedo empieza a evaporarse. Ahora ni siquiera temo encontrarme contigo. Y es que desde hoy pienso ponerme siempre el chaleco al revés. Porque, de esta manera, cada vez que me acerque a ti, me estaré alejando sin que lo notes.
Me gusta muchísimo ese final, Mercedes. Precioso, alejarme mientras me acerco.
Un abrazo.
Gracias Miguelángel! Los desengaños son difíciles jeje, y algunas personas son peligrosamente adictivas y hay que buscar armas apropiadas para quitárnoslas de la cabeza ;-), Es un honor que me leas, amigo. Un beso.