Por NACHO CABANA.
Los deseos reprimidos, las vidas secretas, lo que pasa cuando los demás duermen han sido los temas centrales de dos de las mejores películas vistas hasta ahora en el D´Autor 2016: la israelí Mountain de Yaelle Kayam y la chilena Las plantas de Roberto Doveris.
La primera cuenta una historia que, por una vez en el cine de aquellas latitudes, reduce a apenas unas líneas de diálogo y un personaje secundario el conflicto entre judíos y palestinos. Una joven judía ortodoxa que vive en el cementerio del monte de los olivos en Jerusalén, casada y con varios hijos descubre accidentalmente una noche mientras se fuma un cigarro (su vicio secreto) que entre las tumbas cercanas a su vivienda se ejerce la prostitución. Ello desencadena una suerte de toma de conciencia en el personaje principal acerca de cómo es su vida en pareja y el sentido que pueda tener supeditar cada acto a la familia y a la religión.
La directora maneja muy bien la descripción de ambientes y personajes, graduando (para no perder la credibilidad) la atracción que el lado más sórdido de la ciudad tiene sobre alguien instalado en lo que la sociedad misma admira; esquivando en todo momento las trampas en las que cualquier “feel gooder” habría caído a la menor oportunidad. Es admirable la forma que tiene la protagonista de relacionarse con la prostituta, sus chulos y clientes mediante la comida así como el tempo que Kayam le da a cada uno de los planos; buscando un ritmo lento pero no dilatado, dando pistas para comprender el desenlace de la historia a la vez que lo mantienen en la ambigüedad. Excelente final ¿abierto? Y excelente interpretación de Shani Klein.
La otra película que habla de las cosas que pasan cuando todos duermen es Las plantas. En ella una muchacha menor de edad cuida de su hermano en estado vegetal mientras su madre está en el hospital. Un día, con unos amigos, la muchacha comienza a participar de broma en chats eróticos que la llevarán, ya en soledad, a citar en su casa a sus interlocutores sustituyendo la barrera que es la pantalla del ordenador por el cristal que separa la puerta de la calle de la puerta de la vivienda. No será hasta el último plano que comprenderemos el porqué de toda la peripecia de la protagonista.
Todo ello está subrayado (quizás en exceso) por el argumento de un cómic que da las claves para ir entendiendo el subtexto de la película. Afortunadamente el director no desarrolla, aunque en diferentes momentos parece estar a punto de hacerlo, ningún mundo paralelo en clave de animación y sí juega con el morbo (algo a lo que renunciaba sin porqué alguno Eva Husson en la ya comentada Bang gang) para dar un volumen a una heroína que no por ejercer de cuidadora de un discapacitado tiene que estar en permanente actitud de mirar fuera de cuadro.
Bastante fallida es Mate-me por favor de Anita Rocha da Silveira, una película que tiene también a unos adolescentes como protagonistas y cuya ocurrencia central (hacer un slasher para retratar a cierta juventud brasileira) se le agota a la directora a la hora de metraje pero prolonga éste hasta casi los 105 minutos sin añadir nada ni narrativamente ni estilísticamente relevante.
Eso sí película de Rocha da Silveira no aburre tanto como Ville-Marie de Guy Édoin algo así como Todo sobre mi madre (1999) de Pedro Almodóvar dirigida por un imitador de Iñárritu, una de esas películas en las que cada plano parece anunciar el fin del mundo y en la que únicamente la presencia de Mónica Belluci es capaz de mantenernos medio despiertos.