En la edición del año pasado del D´A sorprendió muy gratamente una película con la que el cine ruso entraba de lleno en el thriller de denuncia sin avergonzarse ni de su forma estadounidense ni de sus tramas locales. Se llamaba The major y la firmaba un joven (nació en 1981) director llamado Yury Bykov. Era su segunda película (la primera, Live -2010- permanece inédita en nuestras pantallas) y este año el realizador ha presentado en el festival The fool que es aún mejor que la anterior.
Cuenta la historia de un fontanero que, de forma accidental, descubre que un edificio en el que viven más de 800 personas está a punto de derrumbarse. Su lucha con las autoridades corruptas por lograr un inmediato desalojo le coloca en un fuerte dilema moral que se reproducirá como un virus en todos sus entornos vivenciales. Bykov individualiza únicamente a los personajes que necesita y cuenta además una hermosa historia de relación paterno filial. Su contundente y precisa narración solo decae levemente en el tramo central cuando el protagonista (excelente Artem Bystrov) desaparece durante unos veinte minutos aproximadamente. Angustiosa y desesperada, no cuesta imaginar una posible traslación de los hechos a nuestro país lo que ya es de por sí muy alarmante.
Tampoco deja demasiado espacio para la esperanza la película quebequense Chorus de François Delisle que nace de un estupendo planteamiento dramático (el pedófilo responsable de la muerte de un niño de ocho años desaparecido diez años atrás confiesa desde la cárcel su culpa y eso reúne a los padres de la criatura separados a raíz de la desgracia) y va desarrollando con minuciosidad y un cuidado tempo lento las diferentes situaciones dramáticas que el ex matrimonio ha de afrontar.
El reparto de roles en los personajes respecto al conflicto central se asemeja al planteado por Isabel Coixet en su adaptación de la obra de Lot Vekemans, Gif para su película Ayer no termina nunca aunque todo es aquí más visual y menos literario. Delisle acierta y mantiene un tono dramático situado siempre un paso antes del melodrama y conmueve precisamente porque lo que busca es explorar y desarrollar la forma en que padre y madre se enfrentan al más cruel de los duelos. No es precisamente la película más alegre del año (entre otras cosas por ver convertida en anciana a la otrora musa de Alan Rudolph, Geneviève Bujold) pero merece (mucho) la pena verla.
White bird in a blizzard de Gregg Araki es, al lado de los otros dos trabajos aquí reseñados, una obra decididamente menor. Ubicado desde hace años en la comodidad de un cine independiente que comparte demasiados monos y maneras con el mainstream, a Araki ya solo le queda cierta capacidad de sorpresa para colar en sus historias su militancia gay. En esta ocasión narra cómo una familia se rehízo tras la marcha de la madre y lo que realmente le ocurrió a ésta. Cuenta con una estupenda Shailene Woodley en el papel protagonista, un Christopher Meloni que sabe mantener al personaje del padre a unos escasos centímetros de la parodia y a una Eva Green que resulta en exceso estereotipada. Entretenida sin más.
Poco hay que decir de Catch me daddy de Daniel Wolfe y de They have escaped de J-P Valkeapää. La primera tarda casi una hora en arrancar, introduce más personajes que roles tiene y juega a esa iluminación oscura que apenas deja ver los rostros de los personajes que Brillante Mendoza puso de moda hace años con mejores resultados en Kinatay (2009). El segundo título es una producción finlandesa que quiere ser una puesta al día de los cuentos de hadas y que justifica con ello unos cambios de registro algo gratuitos. Se deja ver.
El Premio de la Crítica del festival ha recaído en la excelente El incendio de Juan Schnitman por «su capacidad para llevar al máximo de su rendimiento las herramientas narrativas escogidas, para crear una atmósfera intensa y mantenerla sin fisuras y por la decisiva aportación de la pareja protagonista» y el premio Talents (dotado con 6000 euros) a la también argentina (aunque en coproducción con Austria) Juana a los doce de Martín Shanly por “la sutil riqueza de matices con la que se trata el territorio indefinido de la pubertad, insertado en un contexto humanamente hostil».