Por NACHO CABANA.
Un hombre está a punto de suicidarse en Irán cuando una mujer herida durante una represalia policial llama a su puerta buscando refugio de la policía que la busca. El hombre se está quedando ciego; la mujer ha perdido a su hijo durante la revuelta. Ambos se salvan la vida mutuamente… aunque un giro final hace que nada sea como nos parece.
Este el planteamiento de la interesante película iraní Beyond the walls de Vahid Jalilvand, una realización tan exhaustivamente planificada en lo claustrofóbico de sus secuencias dentro del apartamento del protagonista como en las puntuales y muy bien ubicadas escenas de exteriores durante la manifestación en la que los trabajadores y trabajadoras de una empresa reclaman cuatro meses de atrasos.
Cuenta además Jalilvand con las excelentes interpretaciones de Navid Mohammadzadeh y Diana Habibi, que trasmiten durante las dos horas de metraje la angustia y desesperación de sus personajes. Beyond the walls habría sido una película mucho más precisa si, amén de recortar algo su metraje, no traicionara lo realista de su discurso con un desvío final digno de M. Night Shyamalan (que vamos a desvelar aquí) que la aboca a una conclusión en las antípodas de sus planteamientos iniciales.
Los peligros de mirar con ojitos a tu protagonista.
Hace tres películas (concretamente desde First reformed) que el cine de autor y festivalero recuperó a Paul Schrader, sin duda uno de los mejores guionistas estadounidenses en activo y un director que parecía haberse perdido entre títulos de acción y coproducciones exóticas.
El maestro jardinero sigue la estela de la película bautizada en España por alguna mente privilegiada como El reverendo así como de El contador de cartas, de la que El maestro jardinero resulta, a mi parecer, en exceso mimética. Y no porque recurra de nuevo el autor de Cat people a la historia de redención de un personaje refugiado en una existencia anodina que le haga olvidar (o al menos ser capaz de vivir con) un pasado traumático y lleno de pecados sino porque la estructura dramática que usa para ello es, en el film presentado en el D´A 2023 (y al menos a partir de la mitad de su metraje) la misma que en la cinta protagonizada por Oscar Isaac.
Y es una lástima porque Schrader tiene en la relación de su jardinero (un Joel Edgerton que se confirma como la versión low cost de Benedict Cumberbatch) con su empleadora (maravillosa Sigourney Weaver) un camino de relación y tóxica dependencia que es abandonada a la mitad del metraje para centrarse en la versión siglo XXI de la Iris Steensma de Taxi driver pero, ¡ay!, interpretado por Quintessa Swindell, una actriz demasiado “limpita” como para hacer creíble tanto su adicción a las drogas como su atracción por alguien que podría ser su padre.
Esta excesiva sexualización de un personaje femenino clave lastra también parcialmente Mónica, segunda incursión en el largometraje de Andrea Pallaoro tras Hannah presentada en el D´A. En Mónica, Pallaoro intenta esquivar (consiguiéndolo en buena parte) todas las trampas del subgénero “homecoming porque mamá está en las últimas” colocando en el centro del relato a una mujer que obtiene ingresos económicos a través de una aplicación tipo “Only fans”.
El problema es que el director hace que Emily Browning, apreciable actriz, se mantenga en actitud “sexy” incluso en situaciones dramáticas lo que delata una visión bastante lateral del drama que está contando por parte de su autor. Tiene, eso sí, Mónica unos preciosos encuadres en formato cuadrado y a una Patricia Clarkson, por la que merece ver la película.