Por NACHO CABANA
Decía Sanchís Sinisterra explicando a Pinter que la clave de la escritura teatral radica en calibrar los huecos que se dejan en el texto para que el espectador los rellene. Si el autor extrae demasiada información, el público no entiende lo que se le cuenta; si, por el contrario, escribe todo lo que hace falta para seguir la narración, cae en la obviedad. Solo encontrando el punto exacto se logra la involucración total del espectador en la función.
En este sentido acierta completamente Michel Franco en su nuevo largometraje tras (la incomprendida en México) Nuevo Orden. Sundown juega durante su primera mitad con la conducta de su protagonista (un sobrio Tim Roth en su segunda colaboración con el director tras Chronic) sustrayéndole al espectador las causas de esta. No sabemos por qué actúa como actúa, creándose con ello expectativas e implicación en un espectador que tiende a justificarlo según su propio criterio y experiencias.
Cuando, hacia la mitad de la proyección, nos damos cuenta de que los vínculos entre los personajes principales no son los que habíamos creído hasta ese momento (en lo que constituye un discutible ejercicio de despiste), la narración se va enfocando hasta que la explicación de todo lo que precede a su conclusión nos lleva ante todo a una comprensión del personaje protagonista.
Beneficiándose de un Acapulco que simultanea, como solo puede ocurrir en el país norteamericano, ocio playero con violencia del narco, Franco logra una excelente película a la altura de su anterior filmografía.
Rodrigo Pla es montevideano pero reside en México donde rodó la película que le dio a conocer, La zona, en 2007. Él, junto a su esposa Laura Santullo, firman El otro Tom sobre una madre que tiene que enfrentarse sola (y al mismo tiempo) a su vida como emigrante en los EE.UU y a un hijo de diez años diagnosticado con TDAH.
Tienen tanto miedo sus responsables de caer en el tópico melodrama médico familiar que dejan escapar el más interesante de los temas que tocan en el film: la sobremedicación de los ciudadanos estadounidenses, especialmente en temas relacionados con la salud mental. Un negocio para las farmacéuticas y los seguros privados protegido por leyes y supuestas redes de apoyo que presionan para hacer obligatorio el consumo de todo tipo de drogas. Y un campamento cristiano, como única alternativa. Le sobra algo de metraje y Julia Chavez se queda tan a medias de su conflicto como el resto de la película.
También hemos visto en el D´A la camboyana White building de Kavich Neang, nueva utilización de la eterna trama inmobiliaria que se beneficia de su exotismo y de incluir de sus personajes principales solo una parte más o menos extensa de su problemática escapando de las tramas cruzadas y amenazadas por las excavadoras.
Tiene momentos que recuerdan a Tsai Ming-Liang y su Goodbye, Dragon Inn y eso siempre está bien.