Por NACHO CABANA
Una de las cosas más fascinantes de la Ciudad de México es que hay rincones que nunca cambian o no lo hacen demasiado: la plaza de Santo Domingo, la Arena Coliseo, el California Dancing Club, o el cabaret Barba Azul. En este ultimo pervive la vieja costumbre de las “ficheras”, mujeres que cobran por bailar con los clientes la música que una orquesta (que para sí desearían algunos musicales hispanos) interpreta en directo. No son prostitutas aunque su antigua denominación diera lugar en los años 60 y 70 a un subgénero de cine erotico equivalente a nuestro destape.
A estas “ficheras” (a las que ya no se paga con fichas adquiridas en el mismo local) se acerca la española Laura Herrero Garvin en La mami, un austero documental observacional que acaba intencionadamente centrado en la encargada de los baños del local; una mujer de edad que en apariencia se pasa la noche doblando trozos de papel higiénico y echando agua a las letrinas pero, en realidad, lo que hace es controlar a las danzantes por dinero, la que se preocupa al tiempo de su estado anímico y de que cumplan con su trabajo.
Herrero Garvin narra, saliendo de los aseos femeninos solo lo necesario para que el espectador sepa en qué tipo de negocio estamos, los dramas que hay en las vidas de las ficheras al tiempo que presenta al personaje que da título a su película como alguien que ya ha conocido tanto ese oficio como otros muchos posteriores (por las que quizás también acaben pasando sus pupilas). La mami plantea también los mecanismos de subsistencia que te ofrece una sociedad donde la precariedad es cotidianeidad al tiempo que retrata con cariño (y la cámara casi siempre a la altura de los ojos de la mami sentada) unos cuerpos con sobrepeso y unos rostros sobremaquillados para seducir.
El otro documental que hemos visto hasta el momento es el último trabajo de Werner Herzog en donde el malvado de The Mandalorian sigue los pasos de su amigo y escritor Bruce Chatwin. Nomad: in the footsteps of Bruce Chatwin parte de la bonita idea de que las inquietudes culturales, estéticas y sobre todo viajeras de personas creativas pueden poner a estas en contacto más allá de su disciplina artística o procedencia geográfica. Herzog, divide su película en capítulos donde va revisitando Australia, la Patagonia o el Reino Unido, lugares por los que él paseó o filmó al igual que lo hizo Chatwin para escribir sus libros de viaje.
El autor de Los trazos de una canción murió en 1989 a los 49 años, es decir tendría ahora dos años más que Herzog. Existío coincidencia física y creativa entre el autor y el objeto de este Nomad (el director alemán adaptó El Virrey de Ouidah en Cobra Verde), tejiéndose entre ambos una amistad que, a la postre es la que ha dado origen y sentido a la película que nos ocupa. Se trata de un trabajo medianamente convencional que en algunos de sus segmentos entronca con La cueva de los sueños olvidados y en los mejores hace inteligible la poética manera de cartografía mental de los aborígenes australianos.
Finalmente, Las buenas intenciones de Ana García Blaya es un largometraje de ficción argentino en el que su directora subraya el origen autobiográfico de la historia confundiendo fragmentos de Súper 8 rodados por su familia a principios de los 90 con los realizados expresamente para la película en 2018. Estamos en una coming of age que pone en valor lo que supone tomar una decisión a los doce años y cómo esta puede acabar siendo superada por las fuerzas que conforman la realidad.
Además de una apreciable sencillez, sorprende y acierta García Blaya al ponerse del lado del personaje masculino en el reparto tradicional de roles de los matrimonios separados. Sin negar que la madre carga con la parte más disciplinaria de la educación, es el gusto por la vida del padre lo que marcó y conformó la sensibilidad de una niña que, años después, sigue admirando la música que hizo (y que le gustaba) a su progenitor, colocándola en la banda sonora de Las buenas intenciones (y brindando un cameo al líder de la banda Stuka).