Por NACHO CABANA
Veracruz siempre ha sido zona de tolerancia para la comunidad LGTBI en México. Allí se sitúa la acción de Luciérnagas de Bani Khoshnoudi, segunda película mexicana que vemos en esta edición de D´A (no será la última, mañana cae Las niñas bien de Alejandra Márquez Abella, nominada a 14 Arieles y mejor película iberoamericana en el último festival de Málaga ). Una propuesta donde lo más interesante es el exótico del cruce de culturas que la justifica. Una directora iraní criada en USA que lleva 10 años afincada en Ciudad de México y experta en documentales apuesta en su segundo largo de ficción por la historia un compatriota suyo homosexual que se encuentra varado en el el puerto veracruzano, una suerte de tierra de nadie que lo acabará acogiendo.

Luciérnagas tiene su mayor acierto en separar la crisis personal del personaje del entorno que le rodea. No tenemos más que una explicación (que suena a mentira) de porqué ha acabado allí. No entiende el idioma, negocia fatal con los que pueden darle trabajo; cree que quiere regresar pero no sabe bien porqué o a dónde. Lo que podría haber sido una película de personaje deambulando con cara de desconcierto se convierte, gracias a la introducción de una trama secundaria con la encargada del hotel
(estupenda Edwarda Gurrola) donde se aloja el protagonista (el muy atractivo Arash Marandi) en algo mucho más accesible y amable aún al precio de resultar ligeramente previsible.

Luciérnagas contiene un buen retrato de ambientes y personajes y una buena dirección de actores pero le falta un tercer acto; es de esas películas que dan la sensación de acabar de repente, cuando aún quedan cosas que contar. Aunque quizás por eso escapa del lugar común.

Muy distintos son los gays que protagonizan Vivir deprisa, amar despacio de Christophe Honoré director homenajeado en el D´A con la proyección de toda su obra. Honoré necesitaba incluir en su guion el tema del SIDA como elemento aniquilador pero al tiempo quería que las relaciones entre su grupo de personajes estuvieran lo más normalizadas posible sin renunciar a una promiscuidad tan generalmente aceptada que sorprende al espectador heterosexual.

Para lograr todo ello, director y guionista traslada la acción a 1991, en un universo burgués y bohemio que le permite saltarse la consabida trama de rechazo social y centrarse en una historia de amor que empieza siendo nada más el rollo de una noche. El problema de Vivir deprisa, amar despacio es que los personajes están permanentemente en pose, se nota el esfuerzo del director porque todo sea intelectualmente elevado lo que, unido a una duración excesiva, hace que la película se aleje plano a plano de la concisión. El film es, en este sentido, lo contrario a Un hombre fiel, la película de Louis Garrel que abrió el festival aunque resultan finalmente ser inequívocamente francesas.

No es una película LGTBI pero gustará a determinados miembros de este colectivo, The river de Emir Baigazin una producción que podría ser la versión kazaja de Canino (2009) de Yorgos Lanthimos o El castillo de la pureza (1972) de Arturo Ripstein pero que pronto se convierte en una sucesión de planos de repetida composición (¡¿cuántas veces vemos a los chicos tirarse al río para ser llevados por la corriente?!) protagonizados por un grupo de efebos en bañador. Baigazin agota por aburrimiento cada uno de los recursos narrativos que introduce en su narración arrastrando con ello al espectador al más absoluto tedio.