Por NACHO CABANA
Aunque el D´A 2019 se abrió con una comedia, ha sido el cine más extremo el que ha marcado los dos primeros días de festival.
Un hombre fiel de Louis Garrel, segunda película como director de Louis Garrel, es una comedia minimalista muy francesa con un pie en Woody Allen y otro en el cine de su padre Philip devenida en el ego trip de un cineasta que lo tiene todo a favor: es guapo, buen actor y escritor y un solvente realizador capaz de arrancar una carcajada simplemente con la mirada en segundo término de un secundario.

Un hombre fiel convierte a su personaje central en un galán que, de manera paradójica, se encuentra permanentemente a merced de las decisiones de las mujeres que le rodean y que, a pesar de ello, nunca pierde su condición de objeto de deseo. Corta y concisa, la película solo se antoja algo caprichosa cuando el protagonista accede a quedarse a vivir en la casa del interpretado por Lily-Rose Depp, inquietante clon de su madre, Vanessa Paradis a los 20 años.

En el acto de inauguración del D´A 2019, Garrel llamó desde su móvil a Jean-Claude Carriere, coguionista de Un hombre fiel para que le ayudara a presentar la película, para demostrar que, además, de simpático tiene amigos muy interesantes.

Cómprame un revolver de Julio Hernández Cordón es una distopía que imagina un México donde prácticamente todas las mujeres han sido asesinadas y los narcos se disputan a las que quedan independientemente de su edad. Contada a partir de los ojos de una niña (que por cierto se pasa buena parte con una careta, como la que les colocó Evelardo González en el excelente documental La libertad del diablo disponible en Filmin), el film se resiente al principio de una disonancia entre lo que quiere contar y el presupuesto disponible para hacerlo. Pero pronto, sobre todo en las secuencias nocturnas, Hernández Cordón aprovecha el low cost para crear un ambiente de pesadilla que quizás en algunos regiones de algunos estados mexicanos no esté tan lejos como sería de desear.

Cómprame un revolver está muy bien interpretada por Matilde Hernández Guinea y Rogelio Sosa. tiene secuencias (la separación definitiva de ambos) angustiosas y solo decae un poco cuando Hernández Cordón deja las secuencias exclusivamente en manos de la panda de niños que rodean a la protagonista. Excelente la integración de los habitualmente prescindibles planos de dron en una planificación casi en su totalidad confiada a la cámara en mano.

Finalmente, Touch me not de Adina Pintilie es algo así como Campeones (2018) de Javier Fesser rodada por Ulrich Seidl. Una película que podría amargarle el día a Haneke, un insólito ejercicio sobre los límites ocultos de la piel a partir de una mujer que pasados los cincuenta decide mirar (mucho) y experimentar (algo) antes de que los años se le echen encima. Touch me not se mueve en el arco que va desde la pornomiseria a lo políticamente correcto, juega a parecer un documental mientras recuerda constantemente su carácter ficcional, intenta incomodar al espectador mezclando encuadres muy compuestos que a menudo minimizan la información relevante con otros que sitúan el elemento de repulsión en el centro y, finalmente, planos grabados con macro donde cuesta identificar los límites de los cuerpos que lo conforman.

Pintilie pierde a veces el foco de su narración, es un poco larga y definitivamente una de esas películas que te alegras de haber visto pero que no volverás a ver jamás.