Por NACHO CABANA.
La integración no es para mí.
La emigración a Nueva York podría constituirse por sí misma como un subgenéro cinematográfico. Recientemente hemos disfrutado de dos películas que mostraban ésta desde una perspectiva cercana al cine de terror. Callback (2016) de Carles Torras y Most beautiful island (2017) de Ana Asensio son dos muestras dirigidas por españoles de que el sueño americano está muy lejos de ser posible para todo el mundo y que la realidad de la Gran Manzana no tiene nada que ver con la imagen que hay en la cabeza del inmigrante.
El mismo tema trata la directora argentina residente en NYC, Julia Solomonoff en su película Nadie nos mira que ella misma presentó en el D´A 2018. Su aportación (y la de su coguionista, Christina Lazaridi) es hacerlo desde una perspectiva menos desesperada que las dos mencionadas. Su protagonista tiene una realidad acogedora a la que regresar en su país natal y si permanece dándose golpes una y otra vez con la misma pared es por simple y llana cabezonería disfrazada de orgullo.
Cuenta la historia de un actor argentino (bien interpretado por Guillermo Pfening) con una cierta carrera en su país natal que, tras un desengaño amoroso, decide poner tierra de por medio y buscarse la vida en Nueva York mientras espera el inicio de un rodaje que nunca llega. Allí estará condenado a parecer una cosa y ser otra. Su físico no coincide con el estereotipo latino por lo que le niegan los papeles habitualmente reservado a éstos pero su dominio del inglés no es suficiente como para acceder a los roles gringos. En un bar de moda parece un cliente aunque en realidad es un camarero. En el parque puede pasar por el papá de uno de los niños que juegan aunque en realidad en su canguro. Soltero y ligón pero incapaz de deshacerse del fantasma del hombre casado del que fue amante.
Con estos mimbres, Solomonoff logra un film agradable que no es solo LGTB, bien narrado y con un final tan realista como positivo.
También de la integración en una comunidad ajena habla Gutland de Govinda Van Maele aunque los parecidos con Nadie nos mira acaban aquí. Se trata de una coproducción entre Luxemburgo, Alemania, Bélgica que juega con separar los impulsos narrativos que van adentrando al protagonista (un ladrón de casinos que se esconde en una pequeña comunidad rural) en un proceso de asimilación que tiene mucho de pesadilla con largas secuencias costumbristas que al principio parecen meramente descriptivas pero a la postre se revelan como parte del disgregado argumento.
Gutland es algo confusa narrativamente y, aunque tras una puesta en común con otros espectadores, es posible llegar a juntar todas las piezas del puzzle de una manera coherente y consensuada, resulta imposible pensar que hubiera ganado de haberse centrado en el descubrimiento por parte del protagonista de lo que le sucedió realmente al anterior inquilino de la caravana que ocupa y porqué.
El documental Alive in France de Abel Ferrara bien podría formar parte de la selección del In-edit de este año. En él se registra la visita del director de Teniente Corrupto (1992) a Toulouse y París para actuar conjuntamente con la banda que compone la música de sus películas aprovechando una retrospectiva en la cineteca de la primera de las ciudades de su obra.
En Alive in france encontramos al director muy domado y sobrio, alejado de la imagen que dio hace años en el festival de Sitges donde era habitual encontrárselo aporreando el piano que hay en el hall del Meliá y acabó dándole su premio a un camarero del restaurante de este hotel. Ahora Ferrara mantiene el carácter y carisma (aunque sigue sin arreglarse la dentadura) pero se muestra como un padre más o menos competente del bebé que ha tenido con una de las coristas de la banda que se dedica más a quitarse la ropa durante las actuaciones que a cantar. Como la banda es bastante buena y las canciones también, Alive in France se ve y se oye con agrado.
También se pudo ver en la Filmoteca Tempestad de Tatiana Huezo un documental de autor ya presentado en L´Alternativa 2016 y nominado al Goya a la mejor película iberoamericana este año. Se trata de una película excepcional que da sentido a la corriente creativa en la que se inscribe y establece nuevas y desoladoras relaciones entre imagen y sonido al tiempo que genera una película de carretera que no es otra cosa que un viaje al horror que vive México desde que, en 2006, Felipe Calderón robara las elecciones y le entregara el país al narco.