Bizarrismos francés y caribeño.
Por NACHO CABANA
La credibilidad en una película no tiene nada que ver con que lo que en ésta suceda pueda ocurrir o no en la realidad. ET (1982) de Steven Spielberg es mucho más verosímil que Alejandro Magno (2004) de Oliver Stone aunque la segunda tenga por protagonista a un personaje histórico y la primera a un extraterrestre de goma. Es trabajo del guionista primero y del director después dictar al espectador las claves de su película y luego ser fieles a ellas en el desarrollo para que tanto la construcción dramática como la puesta en escena obren el milagro de que nos creamos lo imposible.
Es lo que hacen (y de manera excelente) Samuel Benchetrit (director) y Gábor Rassov (coguionista junto al anterior) de la desconcertante, bizarra, surrealista, divertida, brillante, políticamente incorrecta y finalmente demoledora Chien, una película que adapta la novela del mismo título escrita por su director y que bien podría ser griega y haber sido producida en plena crisis económica y esplendor creativo del país heleno.
Cuenta la historia de un hombre al que su mujer da puerta con la excusa de que su presencia le produce una extraña alergia en la piel; él se lo cree, se compra un chihuahua que según su vendedor se parece a Hitler y comienza a encontrar cierto equilibrio interior comportándose como un perro. Siguiendo de forma más o menos fiel la estructura narrativa del viaje del héroe (que aplicada a este argumento adquiere tintes absolutamente perversos), Benchetrit construye un discurso sobre esos divorcios que dejan al marido sin casa, sin dinero, sin hijos y financiando la nueva vida de su ex con otro. Esto es, separaciones que tratan al varón literalmente como un perro y son respetadas por la sociedad bienpensante.
Excepcional Vincent Macaigne en el papel principal (mucho más complicado hacer esto que interpretar a cualquier personaje histórico, se lo aseguro) y muy secundado por Bouli Lanners como ese mentor cruel que finalmente consigue que el primero logre la estabilidad emocional a través de la obediencia y la humillación. No sé si encontrará distribuidora española (no es una película que pueda gustar a mujeres mayores de 45 años aunque la anterior película de su director fue… ¡La comunidad de los corazones rotos -2015-!) pero búsquenla por Filmin de vez en cuando que es probable que acabe apareciendo.
También muy surrealista y divertida, aunque no tenga nada que ver con Chien, es Cocote de Nelson Carlo de Los Santos Arias. Se trata de un mash-up de imágenes en color, blanco y negro; en diferentes formatos de pantalla; documentales, ficcionalizadas e interpretadas por actores profesionales o gente de pueblo que no sabe leer pero con una impresionante capacidad de memorización. Asomarse a Cocote es asomarse al surrealismo cotidiano en la vida de la República Dominicana que nunca verán los turistas de hotel y playa pero también a la mente de su director, capaz de lanzarse a un rodaje con un guión al que solo ha considerado una herramienta de financiación y varios tipos de cámara diferentes y ser capaz de erigir no solo un discurso coherente sobre la realidad de su país sino también un drama criminal y un documental sobre los ritos funerarios dominicanos.
Tal y como explicó Nelson Carlo de Los Santos Arias en el coloquio posterior a la proyección, los planos de Cocote huyen de la planificación tradicional (justo lo contrario que ocurre, por ejemplo, en El viaje de Nisha) para dialogar con la realidad retratada y encontrar juntos unas formas nuevas de representación que no tenga nada que ver con la narrativa dominante en el cine que (gracias a una excelente política cinematográfica) se hace en Dominicana; habitualmente la copia de la copia de las películas comerciales estadounidenses.
Cocote debería representar a su país en la temporada de premios del año que viene (ya ha ganado el Premio Signs of Life en Locarno y ha sido la mejor película iberoamericana en Mar del Plata). Demuestra, además, como una buena política cinematográfica genera no solo numerosos empleos y visibilidad exterior sino también filmes que ayudan a documentar y entender la realidad propia siendo, además, tan innovadores como divertidos.
Al lado de estas dos joyas, la brasileña Arabia de Affonso Uchôa y João Dumans se queda como una muy pobre representación del divagar laboral de su personaje central por el estado de Minas Gerais. Apoyándose constantemente en una voz en off (supuestamente las palabras escritas en un diario cuyo encuentro ocupa los totalmente prescindibles quince minutos iniciales) que explica lo que una planificación que se quiere austera y solo es plana no es capaz de narrar, Arabia parece más un fracasado anuncio turístico del estado brasileño en el que se desarrolla que una película de autor. Aunque pretensiones de ello no le falten.