Actualmente, tanto en EE.UU como en España se está produciendo una polarización de los modelos de producción cinematográfica. O se financian películas enormes y caras destinadas a llenar cientos de salas o se ruedan películas mínimas que difícilmente lograrán algún beneficio económico.
Pero en los 80 existió un cine abiertamente comercial que manejaba presupuestos mucho menores de los utilizados por las superproducciones y que supo sacar pingües beneficios combinando la exhibición cinematográfica con el boom de los videoclubs.
La Cannon fue, desde 1979 a 1985 (los años en que estuvo dirigida por los dos primos de origen israelí Menahem Golam y Yoram Globus) estandarte de un tipo de cine que ya apenas se hace, al menos fuera del género fantástico-terrorífico. Películas de acción que a menudo reproducen (a menor escala) los títulos de más éxito del momento (si Hollywood producía Acorralado -1982- de Ted Kotcheff, ellos hacían Desaparecido en combate -1984- de Joseph Zito) y que cuentan hoy en día con un inesperado aliciente: la sensación de que lo que estás viendo es real; de que si por cuestiones presupuestarias en lugar de cien tanques hay sólo dos, esos dos son tanques de verdad no producto de un programa infográfico. Si en la pantalla aparecen 50 figurantes fueron 50 las personas convocadas para ese día de rodaje. Por supuesto, esta sensación es la misma que provocan hoy los títulos paralelos de las majors de la época aunque el efecto es mayor en la serie B porque su “production value” se revela como mucho más voluntarioso que grande.
Invasión USA (1985) de Joseph Zito fue uno de los dos largometrajes que vimos en la primera de las sesiones que Phenomena Grindhouse ha dedicado a la mítica productora “Cannon” en los cines Girona de Barcelona. Se trata de la muestra perfecta de lo que suponía en los 80 ser cabeza de ratón al tiempo que establece un sorprendente lazo con el más divertido blockbuster hollywoodiense de este 2013 que ahora acaba: Asalto al poder (2013) de Roland Emmerich. Ambos títulos llegan a la comedia paródica al exagerar el patriotismo gringo hasta extremos en los que el pudor está más ausente que en una playa nudista. En ambas producciones, un solo héroe (Channing Tatum en la peli de este año, Chuck Norris en la de hace casi 30) asume a su pesar la defensa del mismísimo sistema democrático estadounidense amenazado por terroristas. Y si, en lo que supone la mejor película en la filmografía del director de 10.000 BC (lo que no es difícil) esta amenaza no es más que la enésima derivación de los ataques del 11-S (pero ahora encarnada por herederos espirituales del “Tea Party”) en la del director de El asesino de Rosemary (1981) se constituye como una profecía de cómo serán las guerras en el siglo XXI.
Eso sí. En Ataque al poder todo es digital y por tanto, falso mientras que en Invasión USA todo lo que aparece tuvo que ser trasladado físicamente hasta las localizaciones.
Cuanto más dinero se gastaba a Cannon en una película, peor iba en taquilla. Eso fue lo que ocurrió con la segunda película del programa doble de Phenomena Grindhouse: Lifeforce (1985) de Tobe Hooper. Una producción de 25 millones de dólares que sólo recaudó 11 (Invasión USA costó 10 y recaudó 17) debido a lo que se convertiría (con Superman IV: En busca de la paz (1987) de Sidney J. Furie) en la tumba de Golam-Globus: su marca de empresa estaba tan fuertemente ligada a títulos menores que aunque se gastaran el dinero y produjeran a autores consagrados (John Cassavetes dirigió para ellos Love Streams en 1984 e incluso Jean Luc Godard les hizo una versión del Rey Lear en 1987) su “imagen de marca” continuaba siendo la de largometrajes cutres.
La cualidad y el principal defecto de Lifeforce es que, al contrario que Invasión USA, se toma en serio a sí misma contando una historia que mezcla terror espacial con vampirismo y cuyo principal aliciente es el escultural cuerpo desnudo de Mathilda May, una actriz que luego aparecería en La teta y la luna (1994) de Bigas Luna y cuyo último trabajo visto en España fue en la producción gala Los infieles (2012) pero que para toda una generación de adictos al videoclub será siempre la primera muestra de cómo de buena puede llegar a estar una mujer.
El próximo viernes Phenomena Grindhouse celebra la navidad con dos joyas: Viscosidad (1977) de William Sachs (más conocida por su título original The incredible melting man) y Supersonic Man (1979) de ese discípulo patrio de Ishiro Honda que fue J.P Simon.
¿Qué mejor manera de preparase para los empachos navideños que una película en la que el protagonista se derrite poco a poco durante todo el metraje y otra que tiene a Javier de Campos como alivio cómico?