Por NACHO CABANA
Segundo día del Cruïlla 2023 dedicado, como ya está deviniendo en (feliz) costumbre, a las músicas latinas en su acepción más noble.
Probablemente, ninguno de los artistas que pudimos ver en la sesión inaugural del miércoles llegue a los 92 años cantando. Esa es la edad que tiene la gran Omara Portuondo, que visita Barcelona por segunda vez en esta temporada (la anterior fue en el In-edit el pasado mes de octubre con motivo de la presentación de un documental sobre su figura y durante la cual se marcó un par de temas).
Con una lluvia que se acabó retirando antes de ponerse incómoda, salió la banda que iba a acompañar a la musa del Buena Vista Social Club en su actuación. Cuando la estrella tiene estas edades, lo habitual es que cante solo un puñado de temas y el resto del tiempo sea su grupo quien se haga cargo del concierto.
Y así parecía que iba a suceder, con una estupenda intro que dio paso a Omara, que llegó caminando hasta la silla desde donde interpretaría canciones tan hermosas como Lágrimas negras, Solamente una vez, Bésame mucho, Quizás, quizás… Y no soltó el micro hasta el final, cuando abandonó el escenario ayudada por el que (no me hagan caso del todo) su hijo, dando incluso algunos pasitos de baile.
Escuchar un repertorio así en una voz con cuerpo pero inevitablemente cansada añade a los clásicos (sobre todo a los boleros) un aire crepuscular, de vida vivida que se va, que humedeció los ojos de algunos de los asistentes.
Una nostalgia que, cuando parecía que iba a ponerse peligrosa, era rápidamente llevada a los (mayormente optimistas) terrenos del jazz latino verbigracia del extraordinario trabajo de Yadasny José Portillo (teclados) y Andrés Coayo (percusión).
No hubo sitio para la nostalgia en el posterior concierto de Rubén Blades, a pesar del bastante exhaustivo recorrido que la estrella hizo por sus temas de la apasionante frontera entre los 70 y los 80. Comenzó con Plástico, siguió con Vale más un Guaguancó de Ray Barretto, «el mejor compositor del Caribe» para luego atacar Buscando güayaba. Le acompañaba sobre el escenario la Roberto Delgado Orquesta en una actuación perfecta que bien podría haber sido la continuación de la que dio en el Cruïlla 2022 sustituyendo la Big Band por Orquesta, manteniendo al mismo titular pero cambiando (casi por completo, no puede faltar en ninguna canción del panameño ni Pedro Navaja ni El cantante) buena parte del set list de edición precedente del Cruïlla.
Personalmente, el Rubén Blades que más me gusta es el de las canciones narrativas, esas que tienen una letra tan extensa que darían (y de hecho han dado) para el argumento de una película o de una serie. Extraordinarias fueron Pablo Pueblo, la dedicada a la violencia de género En esa casa o con la que encendió a los muchos venezolanos que acudían al concierto y dedicada a María Lionza, un peculiar culto que tiene en la montaña de Sorte su epicentro.
Y como otra de las ventajas del Cruïlla es que no tiene complejos a la hora de programar buenas bandas tantas veces como haga falta, cerró la jornada del jueves la actuación de Bomba Estéreo completándose de esta forma un apasionado recorrido por tres épocas de la música latina.
A estas alturas de su carrera, los colombianos han dejado atrás la timidez de sus primeros directos (¿los recuerdan en el Sónar village de 2015?) para llenar el escenario con (mayormente) cumbia electrónica tan luminosa y fosforito como el mono que llevaba su cantante. Todo ritmo, canciones con las que no puedes estar quieto por mucho que a esas alturas de la noche se estén quejaando tus pies y proyección hacia un futuro prometedor de la música hecha en América.
Apoteósicas fueron Somos dos, Fiesta o Fuego para acabar con esos Ojitos lindos que han grabado junto a (nadie es perfecto) Bad Bunny.