Por NACHO CABANA
Una de las cosas que llaman la atención cuando se viaja a Latinoamérica (o al sur de EE.UU) es que no son escasos los bailes y fiestas que empiezan a media tarde o directamente después de comer. Esto, es, a plena luz del día.
Es un poco lo que sucedió el sábado pasado durante la jornada final de un Cruïlla 2022 que cierra su edición 2022 con 72.000 espectadores y logrando mantener el agobio humano fuera del recinto en la mayor parte de las actuaciones.
Con permiso de Depedro, Juan Luis Guerra fue la primera actuación estelar de la jornada y el escenario grande se llenó de un público (muy diferente al de días anteriores) que bailó buscando una sombra que no siempre estaba.
El dominicano arrancó con Rosalía, siguió con Nadie como tú y demostró lo imbatible de su repertorio en sendos “medleys»: el primero enlazando Mil razones, Ayer, Todo pasa y Carta de amor y el segundo Estrellitas y duendes, Muchachita linda, La hormiguita, Bachata en Fukuoka, Que me des tu cariño, Mi bendición, Frío frío y (last but not least) Burbujas de amor. Lástima que los juegos de luces pasaran (inevitablemente) inadvertidos
Tras la gloriosa Visa para un sueño, Juan Luis Guerra inició la última parte de su concierto con una versión de Ojalá que llueva café que bien podría haber firmado Nacho Vegas a la que siguieron El farolito, Bachata rosa y (¿adivinan?) La bilirrubina.
Estupenda la teclista y la sección de vientos. Le falló (como el jueves a Residente) ligeramente el sonido (sobre todo si lo comparamos con la nitidez del generado por Rubén Blades hora y pico después sobre el mismo escenario) recurriendo el autor de Mi bendición un poco más de la cuenta a cederle el micro al público.
“Hemos elegido las canciones más densas y revindicativas para el principio del concierto porque así os daba tiempo a llegar del de Juan Luis Guerra” dijo Rozalén antes de sumergirse de lleno en su repertorio más descaradamente mexicano. Mucha arreglo ranchero y norteño que indica el deseo de la albaceteña (y su intérprete de signos) de penetrar en el más grande mercado musical en castellano. Buena voz, aunque sus modos y maneras siguen recordando en demasía a una Amparanoia, eso sí, mucho más prudente y honesta.
Cuando me desperté, Rubén Blades seguía allí.
Una de las características del Cruïlla es que sus conciertos tienen una duración estándar (como mucho se suprimen los bises), es decir, de 75 a 90 minutos. Rubén Blades venía de presentar, hace mes y medio, su espectáculo Salsaswing en Puerto Rico con una actuación de cinco horas y 41 canciones (lo que da una media de más de siete minutos por tema). Quiso hacer lo mismo en el Parc del Forum, lo que a buen seguro puso en aprietos a los responsables del festival que al final pactaron “solo” dos horas y cuarto de espectáculo.
El mito de la salsa se presenta en este show acompañado por la impresionante orquesta de Roberto Delgado, doce músicos que comenzaron con el cover de un tema de Tito Puente, Mambo Gil, siguieron con Caminando y arrancaron, con Decisiones, una pasión que no acabaría hasta dos horas y cuarto después, cuando, en la ciudad de Nueva York, dos personas fueron encontrados los cuerpos sin vida de Pedro Barrios y Josefina Buenso (bueno, en realidad cerraron con Patria).
Entre medias, Pablo Pueblo, Ligia Elena, The way you look tonight, Ojos de perro azul, Buscando América… Incansable, sin que le fallara la voz ni una sola vez, llevando a toda la orquesta sobre sus hombros, Blades, 74 años, podría haber cantado hasta el amanecer sin que el público dejara de bailar.
Le esperamos pronto de vuelta presentando su último disco Parceiros donde incursiona en la bossa nova y el latin jazz conjuntamente con los también veteranos Boca Livre.
Más brincos que pasos de baile hubo en la contagiosa alegría que esparcieron desde el escenario del Cruïlla enamora Els catarres. La banda de Aiguafreda y Centelles siguen la estela de La pegatina o Txarango con una sección de vientos potencia lo lúdico de temas como Fins que arribi el alba, Martina o la ya clásica Jennifer. Música de feste major antes del cierre que nos ofrecieron los alemanes Seeed.
Seeed llevan tocando reggae y dance hall desde 1998 y rivalizaron con los de Rubén Blades en lo que a número de gente sobre el escenario se refiere. Incorporando rap y hip hop a su directo, dieron energía suficiente a los que llevábamos en el Cruïlla desde el miércoles para regresar a casa sin llamar a una ambulancia.
Acaba así la décimo segunda edición de un festival que, en palabras de su director Jordi Herreruela no quiere ser el más grande, sino el mejor. Un evento que logra año tras año (incluida la pandémica edición del 2021) que el público pueda ver (y no solo escuchar) a las bandas y artistas por los que ha pagado sin temer que un guiri borracho pueda desencadenar una estampida en cualquier momento.
Eso sí, esperamos que el año que viene se eliminen los vasos de plástico que forman una resbaladiza y nada ecológica alfombra después de cada concierto sustituyéndolos por unos reciclables.