Por NACHO CABANA
El espectáculo con el que David Byrne recorre el mundo presentando su nuevo disco American utopia nace directamente del que ideó con St Vicent para la gira Love this giant de hace ahora aproximadamente 5 años. En aquel, ocho de los diez músicos portaban instrumentos de viento y no pararon de recorrer el escenario (tradicional) haciendo coreografías al tiempo que los dos vocalistas desgranaban los temas. Solo batería y teclados permanecieron estáticos. En el show que ahora nos ocupa, y que en Barcelona se ha podido disfrutar en el Cruïlla 2018, los a menudos pesados instrumentos de viento han sido sustituidos por percusión, no hay batería como tal y los teclados también son móviles. El escenario ahora juega con tres paredes formadas por cortinas (susceptibles de ser iluminadas de diferentes formas) a través de las cuales la numerosa banda de Byrne más dos bailarines entran y salen. Todos de traje, por supuesto.
El resultado es espectacular. No solo porque Byrne redefine el concepto de actuación en directo (no hay cables ni amplificadores ni nada que no se pueda mover libremente) sino también porque el ex líder de los Talking heads da con ello (y con los arreglos elaborados para la ocasión) nueva vida a temas que ha tocado hasta la saciedad…. pero nunca los habíamos visto de esta forma. Once in a lifetime fue absolutamente memorable, tanto en su histórica intro como en su maravilloso coro. Pero no se quedó a la saga Blind ejecutada con la luz baja y un foco agrandando la sombra del solista. O Burning down the house, jugando con rojos repentinos.
Los temas de su nuevo trabajo brillaron a la altura de los clásicos sobre todo las excelentes Everybody´s is coming to my house y Everyday is a miracle. Abrir un concierto cantándole Here a un cerebro y cerrarlo con el reivindicativo Hell you talmbout de Janelle Monáe es el mejor resumen posible de la carrera de Byrne. Eso sí, faltó Pshyco Killer.
The roots tuvieron a su disposición un escenario más grande, quiero pensar que porque el concepto de Byrne funciona mejor en unas dimensiones como las del CruillaEnamora. La banda de Questlove y Black Thought conecta directamente con aquellos US3 que en lejano 1992 fueron la primera banda de rap en fichar por Blue note y provocaron la explosión de lo que se llamó Acid Jazz. Digamos que The roots tienen más de hip hop que de jazz aunque el hecho de que sus integrantes toquen en su mayoría instrumentos analógicos provoca un curioso efecto dinámico: lo que pueda tener de subidón el rapeo es contrarrestado por los acordes más cercanos al soul.
Su actuación fue algo larga y cayeron en el “mira que bien toco” en solos de repente interminables tanto de Captain Kirk Douglas al bajo como Jeremy Ellis en la máquina de beats (aunque nunca un tipo apretando botones a velocidad supersónica había recibido tanta luz y taquígrafos). Lo que sí quedó claro es que la prioridad de The roots la noche del sábado fue competir en virtuosismo. Se agradecieron los guiños a la música de Rocky, el Jungle boogie de Kool & the gang, el Sweet child o´mine de Guns & roses o el Move on up de Curtis Mayfield.
El concierto de Izal fue tan irregular como lo es la propia banda. Un grupo capaz de lanzar un disco tan notable como Copacabana para después exprimir sin brillantez las mismas fórmulas en su siguiente trabajo Autoterapia. Las buenas canciones que tienen (Asuntos delicados) sonaron estupendas, pero la cosa no llegó a despegar porque entre medias hubo temas (La increíble historia del hombre que podía volar pero no sabía cómo) que nadaron en la mediocridad. En algún momento deberíamos, ademas, hablar del exceso de conciertos al que se ven obligados a dar las bandas cuando llegar el verano. Mikel Izal sufrió para poder acabar El baile y a duras penas consiguió rematar la actuación con El pozo.
Els catarres es una banda de Aiguafreda y Centelllas en la línea de Txarango o La Pegatina. Cantan en catalán como los primeros y tienen el sentido lúdico de los segundos al que le añaden unas gotas de romanticismo en las letras. Empezaron con casi veinte minutos de retraso con Martina y siguieron llenando de trompetas canciones tan bailables y alegres como Fins que arribi l´alba serpetinas y confetis lanzados al público incluidos. Muy bien Èric Vergés cantando y Roser Cruells a un bajo que se antojaba XXL en sus brazos.
El adictivo sentido de la juerga de Els catarres hizo que nos perdiéramos a Justice y el inicio de la actuación de Orbital que cerraron el Cruïlla 2018 convirtiéndolo en una sesión memorable del Sónar.
El duo de los hermanos Hartnoll subidos a una tarima tres metros por encima del escenario y al mando de varias maquinitas que hacen bip (aunque tampoco demasiadas) y apoyados por unas apabullantes proyecciones encima, debajo y detrás de ellos lanzaron sus temas tecno con melodía convirtiendo a los supervivientes del Cruïlla en sectarios de la danza hasta el punto de hacer arder (no es broma) el bolso de una de las espectadoras. Tras cuatro bises empezó a despuntar el alba al son del crepitar de los vasos de plástico reciclables siendo barridos por un ejército de encargados de la limpieza.
Se cierra así una edición del Cruïlla donde se han podido disfrutar de conciertos de duración estándar sin agobios (eso quiere decir que te puedes cambiar de sitio si el «Alto de Todos los Conciertos» se te coloca delante) ni discriminatoria zona VIP en las primeras filas, que ha congregado a 57.000 espectadores en los tres días.
El Cruïlla 2019 será los días 5 y 6 de julio y, por una vez, precederá al Sónar.
Y una última sugerencia. ¿Sería posible que los responsables del Primavera Sound, la Feria de Abril, el Cruïlla y todos los grandes eventos que alquilan en Parc del Forum para su celebración negociaran con los propietarios y gestores de éste la construcción de lavabos y baños de obra?.