El día se había vuelto bochornoso, con esas nubes bajas que dan más calor que el sol alto y que amenazan con descargar en cualquier momento una tormenta que no llegó. El inicio del viernes en el Festival Cruilla celebrado en Barcelona fue así. Pegajoso, denso, lento.
Inició las actuaciones Esperanza Spalding que hizo lo que pudo para luchar contra los elementos y la hora a la que le había tocado actuar. No le ayudaron a ello excesivamente los tres bailarines / coristas que parecían haberse aprendido las coreografías un rato antes de iniciar la actuación. Afortunadamente sus músicos sí que colaboraron con la causa, especialmente el batería aunque los largos solos de guitarra no ayudaron a poner al personal en modo “on”.
Algo parecido le ocurrió a Cat Power solo que sin coristas, estilismo de andar por casa y con unos músicos que parecían estar deseando irse cuanto antes a meterse debajo de la ducha del hotel. La cantante hizo algo así como un trailer de lo que habría sido su concierto de haberse celebrado más tarde, en un auditorio con el personal sentado o durante las fiestas del Orgullo Gay que en ese momento se estaban celebrando en la ciudad. Una excelente voz en una actuación que dejó indiferente al personal.
Tras ella, las esperanzas de los todavía no excesivos asistentes al Cruilla estaban puestas en Damien Rice que tuvo el valor de aventarse todo el concierto completamente solo (eso sí, con un micro supletorio con vocoder incorporado) en el enorme y espectacular escenario patrocinado por la marca de cerveza que a esas horas parecía ser nuestra única tabla de salvación. Su concierto de cantautor con guitarra se animó algo al final pero no fue suficiente.
Desde que grabara su mitad de El tiempo de las cerezas junto a Nacho Vegas hace ahora una década, el exlíder de los Héroes del silencio ha ido alejándose de los parámetros musicales que le valieron miles de fans para adentrarse en los de un cantautor más bien intimista, que cuida extraordinariamente sus textos y los instrumentaliza con un exacto sentido de la oportunidad. Personalmente, me interesa mucho más esta faceta del autor de Puta desagradecida que la de estrella mesiánica de rock por la que le adoran sus fans.
El problema de Bunbury sobre un escenario es que mantiene la pose del que fue hace años interpretando un repertorio que ya no la necesita. De acuerdo que no hay problema con eso durante la interpretación de temas clásicos de Héroes del silencio como Avalancha o Entre dos tierras. Pero cuando le toca el turno a temas como Más alto que nosotros solo el cielo, sus poses y ademanes se revelan forzados y con un punto de caricatura. Añádase a ello una lamentable labor en la mezcla de sonido (sin duda fue el concierto que peor se escuchó en el recinto del Fórum) que convertía en ininteligibles los juegos de voz que le caracterizan al tiempo que mantenía a la banda permanentemente empastada incluso durante los solos de los diferentes instrumentos. Personalmente, escuché con más nitidez los berridos que en mi oreja pegaban los muy entregados fans que tenía a mi espalda que ninguna de las estrofas que salieron de la garganta de Bunbury.
Y después llegaron los Crystal Fighters.
Tras una intro basada en la percusión y que parecía pensada para hacer tiempo a que acabara el concierto de Bunbury, la banda londinense convirtió el Cruilla en lo que debe ser un festival en el clímax de su primera noche: una fiesta en la que solo importa el contenido lúdico de unas buenas canciones engrandecidas por una ejecución y una puesta en escena extraordinarias.
El calor ya era menos pegajoso que el ritmo cuando en el escenario Radio 3, el más pequeño de todos, empezaron a tocar Zoo. El grupo de Gandía encandiló al personal con su mezcla de reggae, funk y rap antes de que empezara la peregrinación para ir a ver a Bomba Estéreo.
La banda colombiana demostró en el Cruilla todo lo que no le dio tiempo en el Sónar del día del año pasado arrasando literalmente el escenario más cercano al mar con su cumbia electrónica a la que le sienta maravillosamente tanto el toque afrobeat que le dan las guitarras como la permanente calidez que añade la excelente labor de su batería.
Ya agotado y camino de la salida, me topo con Rudimental con su mezcla de funk y reggae y me arrepiento de no haber llegado con la noche al recinto para poder verlos hasta el final.
Pero mañana hay que volver.