Entré a ver Las brujas de Zugarramurdi, alentado por el runrún de que, con esta película, Álex de la Iglesia había vuelto, en cierto modo, a aproximarse al cine de sus primeras películas (Acción mutante y El día de la bestia). Aquel cine aberrante, fresco y radicalmente original, con el que irrumpió a principios de los noventa en las pantallas españolas. En efecto, con Las Brujas se recuperan algunas de las constantes que dieron identidad a su mejor cine: fusión y perversión de géneros cinematográficos, sentido del humor, violencia, y personajes marginales tan extraños como entrañables. Además de un defecto que también se ha convertido, lamentablemente, en una de sus señas de identidad: los finales embarullados y decepcionantes (cuando no fallidos).
Siempre he pensado que Álex de la Iglesia es un director de industria sin industria. Un director de industria, porque tiene un indudable talento para la narración cinematográfica, porque ha visto mucho cine y no reniega (más bien lo contrario) del legado del cine clásico y de género. Un director de industria, porque necesitaría muy a menudo, la figura de un guionista de confianza, y de un productor atento al desarrollo del guión, rodaje y montaje. Nos habríamos evitado así tantas decepciones, tantas buenas ideas desaprovechadas, tanto talento desperdiciado. Me refiero, claro, a películas como Perdita Durango, 800 balas, Balada triste de trompeta o Los crímenes de Oxford. Las brujas de Zugarramurdi no es un fiasco como las anteriores, pero tampoco está a la altura de El día de la bestia o La comunidad.
Desde mi punto de vista, el mayor fallo que tiene esta película es el escaso desarrollo de los personajes. El primer tercio vemos una road movie frenética en la que se nos presentan unos personajes misóginos y enloquecidos que deciden arriesgarlo todo en una huida desesperada. En el segundo, conocemos a los personajes femeninos, las brujas andrófobas, sádicas y calculadoras. El guión aprovecha constantemente este juego de polaridades inversas para ir enlazando una serie de gags y diálogos cómicos irregularmente exitosos. El problema es que la trama avanza sobre esta sucesión de gags, lo que requiere que los personajes no tengan profundidad o un desarrollo complejo de su personalidad, sino que se parezcan a los arquetipos que utilizamos, por ejemplo, al contar un chiste. Que los personajes sean tan planos provoca que actrices como Carmen Maura o Terele Pávez no brillen especialmente, a pesar de hacer un buen trabajo, y que Carolina Bang, que interpreta al único personaje con un conflicto interno y una transformación durante la película, logre una actuación muy superior a las que nos tiene acostumbrados. Todo dentro de un nivel interpretativo general más que aceptable, lo que es lógico, ya que se cuenta con un buen reparto.
La película ha ido muy bien en taquilla durante su primer fin de semana, siendo, de hecho, la más vista en España. Un dato positivo y gratificante que confirma mi primera impresión general respecto a ella, no es una obra maestra, pero sí que es entretenida y provoca una buena cantidad de carcajadas en la sala. Lo cual ya es mucho, si pensamos en los últimos batacazos de Álex de la Iglesia en taquilla. Quizás no ha conseguido volver a su mejor nivel como cineasta, pero sí ha conseguido volver a meter al público en las salas.
Las brujas de Zugarramurdi, de Alex de la Iglesia, se estrenó en España el de septiembre de 2013