«Cómo gobernar un país», Cicerón

«Cómo gobernar un país», Cicerón

Siempre es un placer leer a los clásicos. Más, si cabe, cuando la labor del editor permite un acercamiento al autor en cuestión no sólo ameno, sino riguroso, ofreciendo al lector el texto en su idioma original.

En esta ocasión, la editorial Crítica nos presenta una deliciosa recopilación de fragmentos de Cicerón, en excelente edición bilingüe, bajo el título de Cómo gobernar un país. Una guía antigua para políticos modernos. Y es que mucho hay en los escritos de este ciudadano romano, nacido en el año 106 a. C., de humildes orígenes y meteórica carrera política, que puede ayudarnos a entender cómo funcionaban los órganos gubernamentales de la Roma de su tiempo y propiciar, a la vez, una útil reflexión sobre las diferencias entre aquéllos y los actuales sistemas de gobierno.

El Estado ideal es aquel en el que los mejores buscan la gloria y el honor y evitan la ignominia y el descrédito, y si no hacen el mal no es tanto por miedo a los castigos que imponen las leyes como por la vergüenza que ha dado al hombre la naturaleza y que nos hace temer la crítica justificada.

A lo largo de las 125 páginas que componen este volumen, disponible a un precio de 16,90 euros, Cicerón expone su concepción de lo que considera el «estado ideal», una opinión más que fundada si tenemos en cuenta que nuestro protagonista inicia su trayectoria política en el año 75 a. C., labor que no abandonaría -de una manera u otra, siempre cercado por los peligrosos hilos del poder que acechaban a los gobernantes- hasta el final de sus días.

Cicerón inicia su servicio político en Roma como cuestor de la provincia de Sicilia, y como explica el compilador de la obra, Philip Freeman, «llevó a término su cometido de forma equitativa y concienzuda, lo que lo hizo merecedor de los elogios de los habitantes de la isla, acostumbrados a los funcionarios aprovechados que sólo pensaban en saquear la provincia en busca de beneficios personales».

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Como el propio Cicerón indica en numerosas ocasiones, los gobernantes han de dirigir sus esfuerzos hacia la consecución de una «paz con honor», pues,

Los fundamentos de una paz honrosa, los elementos que deben defender y salvaguardar nuestros dirigentes aun con riesgo de su vida, son la religión, los auspicios, la potestad de los magistrados, la autoridad del senado, las leyes, las costumbres de nuestros mayores, los tribunales y sus veredictos, la probidad, las provincias, los aliados, el prestigio de la nación, el ejército y el erario.

El arte de la política debe basarse, además, en el conocimiento de las emociones humanas. La oratoria, lejos de suponer una mera herramienta para pronunciar con eficacia un discurso, debe ensalzarse como un genuino instrumento para transmitir el conocimiento y la sabiduría. Y es que, asegura Cicerón, «hay que conocer a la perfección todas las emociones que ha brindado la naturaleza al ser humano, pues toda la fuerza y la razón de la dialéctica deben revelarse en la capacidad para calmar o excitar las mentes del auditorio».

En una crítica que parece dirigida a nuestro presente, Cicerón asegura que un grupo humano se convierte en facción cuando quienes gobiernan sólo albergan el propósito de «tener riquezas, abolengo o cualquier otra ventaja»: el mal de la corrupción acecha por doquier. No hay vicio peor en un gobernante que la codicia y la sed de poder, que acaba por convertirse en el progresivo abatimiento de la población. Por ello, las virtudes que ha de poseer cualquier dirigente político son, ante todo, la integridad y la templanza, de modo que pueda conservar su patrimonio «sin trabas ni sobresaltos».

Tengo la intención de perseguir no sólo a los que os hayan podido corromper con dádivas, sino también a cuantos hayáis consentido en aceptarlas.

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Un libro magnífico para iniciarse en el pensamiento de este genio político, que tan altas cotas alcanzó -y que tan funesto final tuvo por atreverse a defender sus ideas públicamente-, en el que se pone de manifiesto su intención de defender los derechos del pueblo y deshacerse, definitivamente, de la tiranía, pues

mal guardián es el miedo del poder: pero la benevolencia, en cambio, lo custodiará a perpetuidad. Quienes pretenden dominar a un pueblo sometido tendrán que emplear medios brutales para ello; […]. La libertad muerde con más ferocidad cuando se ha interrumpido que cuando se halla intacta.

Autor

Licenciado en Filosofía, Máster en Estudios Avanzados en Filosofía y Máster en Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. Editor y periodista especializado. Twitter: @Aspirar_al_uno

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