Partiré de una premisa que, creo, no precisa de mucha discusión. La cultura en catalán y en castellano tienen la misma diferencia de potencial. Lo que circula por ambas redes culturales es equipotente. Prueba de ello es que hay mucha gente en Catalunya que transita sin solución de continuidad entre una y otra. Son dos redes culturales interpenetrables.
No hay una cultura en catalán y una cultura en castellano en Catalunya, a nivel de calle se vive en el doblelenguaje, en el doblepensar, lo que lleva a que las verdades que se generan sean de doble sentido, de doble vía. Así no hay soluciones culturales en competencia real, en conflicto real.
La “superestructura” naturalmente, siendo orwelliana, es una guerra perpetua, donde prima el “y tú más” y a veces la sinrazón. Pero la base cultural es un humus que hace germinar continuamente bellas flores por entre las que triscan y que olisquean los habitantes de Catalunya.
La resultante de la guerra superestructural ha ido variando conforme ha pasado el tiempo y se entrecruzan líneas de conflicto que, de continuo, bordean la ruptura. Nunca llega la sangre al río, naturalmente. Podríamos decir que es un juego de suma cero en el que todos ganan y nadie gana.
En paralelo a la supuesta “lucha” cultural, y como una faceta de ésta, se ha ido superponiendo una “lucha” económica en la que se juega como no, con elementos reales y otros ficticios o semi-ficticios. El modelo subyacente es un supuesto declive relativo de la economía catalana en relación con la economía madrileña.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el viejo programa de “catalanizar España”, expuesto por primera vez en los albores del siglo veinte, se ha cumplido plenamente. A nivel español y no sólo en la relación entre Catalunya y “Madrid”, sino entre todos los protagonistas políticos, económicos y culturales, se reproduce el modelo de múltiples partidas sobre una base estable, de raigambre catalana.
Como se juegan partidas simultáneamente en diversos tableros, interconectados, es difícil deslindar los elementos del juego. Ello forma parte a su vez de las reglas del juego. El juego político, como parte de la lucha superestructural tiene diversos arrebatos, más histéricos del lado madrileño, más paranoides del lado catalán.
No entramos en el terreno de lo patológico pues, recordamos, estamos jugando un juego de rol, de múltiples roles. ¿Pero alguien, aparte de algún novelista norteamericano, se puede imaginar una guerra civil, o diversas guerras civiles, en racimo, en diversos escenarios y a diversos niveles entre los españoles y/o los catalanes?
La complejidad de la teatralización hace inviable una resultante sencilla, aparte de que el tiempo es cíclico en una “economía” (por llamarla de alguna manera) orwelliana. Esta es una maquinaria que no se puede detener una vez puesta en marcha. Pero tiene casi el sello suizo de garantía de funcionamiento a largo plazo. Nos convirtamos en cantones o en estados federales, la mala salud de hierro española y catalana tiene todos los visos de perpetuarse.