Apreciado Sr. Reynolds:
Déjeseme tutear al monstruo y llamarle Burt. No creo sea una gran licencia y a mi me permite mantener encendida la llamita de la pasión, poca o mucha, que pueda seguir anidando bajo mi piel, entre mis huesos.
Sabrás que has hecho arder la pantalla con tu mirada, tu apostura y tu ademán, tan propios de apareamientos con ubres lecheras como las de Dolly. Verdad o leyenda, esa relación te define, Burt. Te perseguirá a través de todas las salas oscuras y estancias a media luz donde se visionen imágenes que te contengan.
Fuiste uno de los primerísimos caballos del deseo que cabalgué en mi ebria adolescencia de sesudas, arduas y pingües masturbaciones que la traspasan de cabo a rabo. De piel a piel, pues siempre me hiciste sentir bien, muy bien, Burt.
Tu estructura facial y corporal cuadrangular, que tan bien llena la pantalla, me venía como un guante para cubrir mi impronta sexual básica. Al estilo de la impronta de los patitos de Konrad Lorenz, tú eres el hombre que descansa en lo más hondo de la simplicidad de mis sueños húmedos.
Fuiste en tus buenos tiempos una bomba sexual que cada cual detonaba con mayor o menor retardo. Verte en la pantalla y arder era todo uno. Entonces el deseo sexual sí que era deseo…Eros era jovencito y tú lo taladrabas en mi imaginación hasta dejarlo yerto, enervado y sin fuerza, a merced de mi fantasía.
Moreno de clara luna, anglosajón bien montado, jinete enfundado en su cabalgadura. Esos labios, esos ojos, esas cejas de tizne soberano, ese casquete piloso rotundo y único, esa sonrisa lobuna, ese bigote de potencia sexual que inyectaba en mis ingles la suavidad y la dureza de todos los prolegómenos que Scheherezade pudiera narrar durante mil y una noches antes de la entrega sexual al sultán.
Pachá un punto macarra al que siempre salvaba la sonrisa de dientes perfectos, de un blanco que prometía desgarros de tersas carnes adolescentes. Siempre fuiste para mi, Burt, lo que está a un tiempo más allá (de mi alcance) y más acá (de mi deseo erguido).
¿Que quedó de aquellas coyundas perfectas, multiplicadas por cien o por mil en el espejo de cada imagen mental, perdida en la Sodoma y Gomorra de un cine siempre ideal y, por un tris, al alcance de mi mano?
Queda un hombre de 78 años ya un poco consumidos, un espadachín un poco Scaramouche de sonrisa algo irónica pero nunca, nunca, sabia, porque Burt, no puedes ser más que una fuerza de la naturaleza o bien, por defecto, sus secuelas y efectos colaterales.
Y sobre todo, en lo que a mi concierne, queda, guardo, mejor dicho, el deseo del deseo, un deseo al cuadrado o más bien en regresión hacia la semilla primigénea, aquella que se lanzó al ruedo mundano en la primera, mítica, eyaculación.
Milord, su reino de este mundo por una mirada, o por una sonrisa, como prefiera, pero pronto, antes de que las nieves de antaño terminen de cubrir su frente o la mía, como mejor venga al caso.
P.S.: A vuelta de correo te envío una selección de mis mejores cuentos y relatos, no para que los leas, eso como tú veas, sino para que me reenvíes un surtido de efluvios, mechones, ensortijados pélvicos o perfumes varios. Me es indiferente si recibo afeites un poco o mucho trasnochados y pasados de rosca. Es que mi amor no tiene edad, ni porvenir…

Burt Reynolds en el polémico poster central de la revista Cosmopolitan, que sin duda vio baronesa Von Stoliden
Nota del Editor: Transcribo ut supra una de las cartas perdidas y vueltas a encontrar de la travesti Alexia la Gwendolina. Tras su reciente retirada del mundo artístico, Alexia se ha dedicado con ardor incansable a la recopilación de viejos papeles y memoriales propiedad de su linajuda familia. Sirva esta edición parcial de sus memorias encontradas en el boudoir, de honra y prez de quien, como se ve, amó platónicamente a la quintaesencia del hombre viril, y, hasta cierto punto un pelín cromagnónico.