Carta abierta a Terenci Moix de Alexia la Gwendolina

Carta abierta a Terenci Moix de Alexia la Gwendolina

Queridísimo Terencio del Nilo:

Hace unos años ya que tengo la suerte de seguir tu estela en el río aunque tú ya no estés aquí para trazar otro curso y modificar el rumbo. Sabrás que dispongo de ti por medio de tus memorias y otros escritos y del cine que has visto y conjugado con deleite no exento de excitación. ¿Cómo no recordarte transido de emoción en mitad de peplums de marcados pectorales y piernas como pedestales de figuras rebosantes de ardor cinematográfico?

Aquellos romanos y griegos, fundamentalmente, revivían por tu mirada de lógica devastación y frío y racional delirio. Era maravilloso, Terenci, verte y oírte rememorar aquellos cines de sesión doble en los que una pierna viril podía serpentear de una butaca a otra para rozar y enroscarse con carne débil pero bien trémula y no peor formada. Dignos falos como rayos surgían y se escondían al pronto en las tenebrosas regiones propias del séptimo arte.

¡Qué tiempos y qué costumbres entre hombres y muchachos entendidos y conocedores de los arcanos eróticos de las imágenes de la pantalla! Esos tiempos, muchos años después, en tu casa de Barcelona, servían para apacentar nuestras conversaciones y momentos de delicuescencia.

El ars amandi se declinaba reclinado y postrado ante apariciones a veces de tanta fuerza y enormidad que seguían muy adentro de nosotros dos en épocas postreras. Porque tú, Terenci, siempre has amado con la mirada, formal del análisis cinematográfico y libidinosa de la síntesis de mundo, demonio y carne.

Creo que te gustaban los lapsus, y los lapsus calami en particular. Así, por omisión, dabas por debajo de tu verbo y pluma floridos, leña al fuego de tus amores, reales o presentidos en la oscuridad de las salas rasgadas por el fuego del proyector. Fuiste un seductor de primera, puedo dar fe de ello y lo afirmo sin rubor. Engañabas a unos con otras y a otras con unos, me estoy refiriendo a tu intimidad con los astros del cielo de Hollywood, de Cinecitta…

¡Terenci, siempre te he amado! Viví muchos años sin darme cuenta de ello, como una sonámbula de ópera italiana, hasta que una vez, caí rendida a tus pies. ¿Te acuerdas, Terenci? Ramblas arriba, en peripatético afán te seguía, a prudente distancia y tú hacías como que no me veías, ladrón.

Mentalmente yo te lanzaba andanadas en medio de las que afloraba, no sé bien por qué, el recuerdo de una reseña de la “Cleopatra” de Mankiewicz que escribiste en la revista Film ideal en los años 60 y que traslucía tu pasión predominante entrelazada con la pasión que me dominaba en aquel momento.

Derrotada, volvía a mi pensión del barrio del Raval para deleitarme con embelesos nocturnos de ave de presa que, ¡por fin! conseguía atrapar a su presa. Las sábanas en alboroto de mi cama fueron testigo de aquel romance inacabado. El día que despuntaba no era otra cosa mas que el motivo de reanudar mis afanes.

Años después, ya famosa artista, pegamos la hebra y nuestras respectivas salivaciones, reunidas, hubieran podido llenar una bañera, o dos. Nuestros destinos volvieron a separarse pero en mi memoria quedan señales, marcas, como latigazos que algún pirata hubiera infligido con la saña precisa para sofocar un motín a bordo.

Un motín en el que quiero enrolarme para no perder nunca tu vieja y sublime afición por los entresijos que zurcen cine y sexo, cosiendo costurones por los que pudo pasar la carne enhiesta de tu alma de cazador de sueños y de hombres.

Terenci, me tengo que despedir. Los libros, el papel, se acaban, amarillean, se rasgan con mi pluma fina y veloz como un dardo lanzado en pos de tu estela, de tu senda, que bien sé que muchos recorren sin descanso y sin demora. Duerme, Terenci, en las riberas del Nilo.

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Una imagen de Yul brynner como Rameses, que seguro hizo soñar a Terenci con el Nilo

Autor

Alexia la Gwendolina, famosa travesti fieramente transitada por el mundo, el demonio y la carne, entró en escena un 29 de febrero de algún año ido en el bataclán “La Ponderosa”, de la feliz villa de Essen (Germania citerior), cuando al Imperio Romano le quedaban restos de cordura prendidos de los cabellos de viejos vates que no desdeñaban un buen revolcón mental y, por qué no, emocional, en el afamado bataclán donde debutó la Gwendolina. Creció en ropavejez y hondura interpretativa (quejío) año a año, es decir, lustro a lustro, dando a luz personajes que el mundo recordará de sus giras por antros y locales de Sydney, Smolenko, Alepo, Anchorage o Tegucigalpa, por citar sólo algunos de relumbrón. (Sydney sí que relumbra más que el sol pero como está a la vuelta de la esquina no se atisba su fulgor desde este lado del globo). Buena fabuladora, Alexia relataba a menudo el encuentro que tuvo en Nuestra Señora de los Vapores de Barcelona con Burt Reynolds, o alguien que se le parecía mucho; decía que emergió de la sauna húmeda como un dios recién llegado al mundo o su sombra peluda, tanto da. Alexia, ya retirada de los escenarios, se dedica a revolver en su fondos de armario y entre papeles viejos para deleitarnos con su prosa esmerada a la espera de tiempos ¿mejores? Su sobrino, José Zurriaga, se encargará de preparar la edición de estos escritos.

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