Carta abierta a James Stewart, de Alexia Gwendolina

Carta abierta a James Stewart, de Alexia Gwendolina

Querido, mi querido James:

Te escribo esta carta convaleciente, en la cama, mientras a mis pies danzan esos pequeños animales domésticos, las cucarachas. No me gustan, y yo tampoco a ellas pero no sé cuanto va a durar nuestra relación.

Animada por tu presencia, en este día de Navidad de 1982, acerco mi pluma cosquilleante a mi boca y es como si sobre mi sonrisa se superpusiera la tuya, franca y amistosa, de un tímido grande, grandullón.

Será porque “Vive como quieras” o “¡Qué bello es vivir!” me hacen ver danzarines arremolinándose ante mis ojos cansados, ya te he dicho que estoy convaleciente, pero sé con total certeza que te quiero y que te querré siempre.

Humilde y a un tiempo grande, (Mr Smith goes to Washington-Caballero sin espada) (1939), sabes mostrar el niño que fuiste, un poco dejado de lado por tu padre, al que admirabas y que se cernió como gran figura paterna hasta tu amistad con Henry Fonda.

Una amistad tan productiva que hasta llegasteis una vez a las manos por una diferencia política. Cosa baladí que pronto superasteis mediante el sencillo procedimiento de dejar de hablar de política.

Tu carrera no tardó demasiado en encauzarse y te cruzaste alguna vez con Cary Grant (Historias de Filadelfia) y con el inefable Alfred Hitchcock. “La ventana indiscreta”, “Vértigo” y “La soga” forman una trilogía de astucias y trapacerías de ese director.

Te embarcaron, me arriesgaría a decir, en un gran psicodrama, o pantomima gran guiñolesca, en la que no sabría decir a ciencia cierta quien manejaba en última instancia los hilos. Enorme con Hitchcock, de enorme valor.

Horizontes lejanos”, “Tierras lejanas” y “El hombre de Laramie”, por citar sólo tres películas con Anthony Mann, te hicieron tomar el pulso a los grandes relatos del pasado de tu país, con el que tu familia estaba tan imbricada.

Te dejaste los años, la vida que va pasando, de mano en mano, de director en director, siempre con tu expresión de asombro ante la vida que nos dice, que nos dijo, tanto…La vida, un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia no puede menos que producir asombro, ¿no es verdad, James?

Y lo mejor para una admiradora como yo es que tus públicas virtudes no ocultaban los casi siempre consabidos vicios privados. Fuiste un hombre íntegro, nunca divorciado, y devoto amante de tu país.

Porque los ídolos suelen tener los pies de barro, tú, James Stewart te yergues solitario en un bosque de árboles desnudos como si en ti y por ti creciera una perfumada floresta. Desde mi cama huelo ese perfume, entrecortadamente, por mi alergia desarrollada hacia los animalillos que me hacen compañía.

Te deseo lo mejor para el próximo año y todos los que resten hasta que la pantalla te encierre en su sudario de sueños. ¡Que la alegría de filmes de Frank Capra te acompañe!

vertigo

James Stewart en Vértigo.

Autor

Alexia la Gwendolina, famosa travesti fieramente transitada por el mundo, el demonio y la carne, entró en escena un 29 de febrero de algún año ido en el bataclán “La Ponderosa”, de la feliz villa de Essen (Germania citerior), cuando al Imperio Romano le quedaban restos de cordura prendidos de los cabellos de viejos vates que no desdeñaban un buen revolcón mental y, por qué no, emocional, en el afamado bataclán donde debutó la Gwendolina. Creció en ropavejez y hondura interpretativa (quejío) año a año, es decir, lustro a lustro, dando a luz personajes que el mundo recordará de sus giras por antros y locales de Sydney, Smolenko, Alepo, Anchorage o Tegucigalpa, por citar sólo algunos de relumbrón. (Sydney sí que relumbra más que el sol pero como está a la vuelta de la esquina no se atisba su fulgor desde este lado del globo). Buena fabuladora, Alexia relataba a menudo el encuentro que tuvo en Nuestra Señora de los Vapores de Barcelona con Burt Reynolds, o alguien que se le parecía mucho; decía que emergió de la sauna húmeda como un dios recién llegado al mundo o su sombra peluda, tanto da. Alexia, ya retirada de los escenarios, se dedica a revolver en su fondos de armario y entre papeles viejos para deleitarnos con su prosa esmerada a la espera de tiempos ¿mejores? Su sobrino, José Zurriaga, se encargará de preparar la edición de estos escritos.

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